A la segunda fue la vencida. Blanca Paloma, tras dejar una buena imagen en la primera edición del Benidorm Fest, se presentó a la segunda con una propuesta más intensa, más emocionante y más completa. Casi por unanimidad, ganó el micrófono de bronce y ahora luchará por el de cristal la próxima primavera en Liverpool.
La última vez que España lo intentó en Eurovisión con flamenco fue en 1983. Remedios Amaya y su interpretación de ¿Quién maneja mi barca? dejó fría a Europa y se volvió de Múnich, Alemania Occidental (RFA) por aquel entonces, de vacío. El célebre Spain: 0 points, que se ha repetido en alguna edición más.
Aquel ya lejano 1983 ganó Luxemburgo, que cuenta con cinco victorias y no participa desde 1993. El pequeño país europeo acudía de forma habitual con cantantes foráneos. Habitualmente eran franceses (como Corinne Hermès, la ganadora de 1983), pero también fueron belgas, canadienses, alemanes, neerlandeses, griegos, estadounidenses, británicos e, incluso, las españolas Baccara.
El flamenco se merece esa segunda oportunidad en Eurovisión. Hace unos años, El mal querer de Rosalía lo puso de moda entre el gran público a nivel internacional. Ahora, Blanca Paloma será la encargada de defenderlo ante millones de personas, que la verán en sus televisores dentro y fuera de Europa.
Para ganar Eurovisión no hay fórmulas mágicas. No funciona contratar al compositor ganador de la última edición o apostar por lo que conocemos como canciones “eurovisivas” o “festivaleras”. Un año conecta con el jurado y el público Salvador Sobral, y otro Måneskin, siendo, entre sí, agua y aceite. Por eso me parece acertado mandar a Blanca Paloma. Es diferente, es genuina y, sobre todo, lo hace de maravilla. Si luego te vuelves con un rosco, al menos que sea con una propuesta interesante. El año pasado, Chanel tardó más en convencer dentro de casa que fuera. Veremos qué tal sale lo de ponerse flamenca en Europa. Ea.