Es complicado encajar una derrota o un resultado que no cumple con las expectativas. En esos momentos, no es sencillo estar lúcido y dar unas claves precisas y sosegadas, menos aún delante de un puñado de micrófonos. Cuando Blanca Paloma quedó en un puesto peor de lo esperado en la pasada edición de Eurovisión, insistió en que, pese al resultado, habían logrado algo importantísimo: poner al flamenco en el escaparate mundial, hacerlo más conocido y, en definitiva, abrir camino.
La actuación, en mi opinión, era potente, bonita e intensa. Ella estuvo de diez y la propuesta era interesante. Dicho esto, no nos engañemos: el flamenco ya era mundialmente conocido (y apreciado) y no es, ni de lejos, la primera artista que mezcla el flamenco con ritmos actuales. Honestamente, el camino estaba ya bastante despejado.
De tanto repetir la cantinela, me empezó a parecer que era algo que ya traía preparado de casa, que era el discurso que se había repetido frente al espejo por si quedaba en un puesto modesto o abiertamente malo. Las apuestas no le daban un mal lugar, pero según se acercaba la final del certamen, iba cayendo en la clasificación de las principales casas. No fue plato de buen gusto para ella probablemente.
Entre otros, Camarón, Paco de Lucía y, más recientemente, Rosalía han puesto al flamenco en el mapa internacional. Sin tener que escarbar mucho en la historia de la música, El mal querer tuvo críticas muy positivas en las principales publicaciones musicales del mundo y posicionó a la artista catalana en todo el planeta.
Sin duda, Blanca Paloma ha aprovechado una ventana como hay pocas para enseñar un trocito de flamenco. Eso sí, el flamenco estaba, está y, probablemente, estará en las oraciones de miles de personas aquí y allende nuestras fronteras.