Los donostiarras recibimos con algarabía y emoción el nombramiento como Capital Europea de la Cultura 2016 aunque, seamos sinceros: no terminó de ser un hito que calara entre la ciudadanía como cabía esperar. Desde mi punto de vista, las expectativas quedaron incompletas porque, más allá de las lentejuelas y el brillo de ser capital de algo a nivel continental, nadie se puso como objetivo bajar al ciudadano de a pie qué era aquello.
El primer mal trago llegó con la inauguración. Se anunció a bombo y platillo que un ex Fura del Baus, Hansel Cereza, diseñaría un espectáculo de altura, y el resultado no fue el esperado. Los asistentes no pudieron ver qué ocurría por problemas de visibilidad; no se entendió el hilo conductor; y, por si fuera poco, la retransmisión televisiva dejó mucho que desear.
Este pasado domingo, cuando veía la ceremonia de clausura de los Juegos Olímpicos de París 2024, me acordé de aquello. Después de una polémica inauguración, toda la primera parte del espectáculo dejó bastante frío al respetable (¿alguien pensó en el televidente?). Es importante conocer a tu público, y la propuesta tal vez era excesivamente rebuscada y poco festiva (que es lo que pide al cuerpo este tipo de eventos). Tenemos ejemplos exitosos cercanos, como el de Londres 2012, y las comparaciones son odiosas.
El giro de guion llegó cuando Phoenix salieron a escena. Aire fresco y luz en una ceremonia sin emoción y algo oscura. Fue, además, un recordatorio de lo felices que éramos hace 12-15 años en los festivales de música.
Era la época en la que por la tarde disfrutábamos del indie patrio; anochecía con primeros espadas británicos o americanos; la hora de máxima audiencia era para rendir pleitesía a la nobleza (del rock, normalmente); y, de madrugada, el indie y el rock dejaban paso a la electrónica internacional. Por cierto: también era la época en la que los abonos de los festivales costaban cien euros menos de lo que se paga actualmente. Alguien podría meter mano en esa locura.
Cuando los primeros acordes de Lisztomania sonaron en el Estadio de Francia este domingo, los corazones de muchos milenial se pusieron contentos. Muchos, como es mi caso, empezamos a mover las piernas en el sofá y a canturrear en bajo trozos de la letra mientras los de Versalles lo daban todo rodeados de los atletas entusiasmados. También Kavinsky interpretó Nightcall, canción que muchos recordamos por la película Drive (2011), lo que ya supuso un cierto aquelarre emocional milenial, si se me permite.
The Times They Are a-Changin’, canta Bob Dylan, y entre lo de ahora hay de todo. De vez en cuando acojo con emoción alguna de las novedades que salen al mercado, pero no como en aquella explosión de indie de los primeros 2010 o la exitosa convivencia de viejos y nuevos rockeros de la península que se vivió en los noventa y hasta entrada la década de los 2010, cuando algunos de los mayores se empezaron a despedir.
En definitiva, lo del domingo con Phoenix fue un ejercicio agradable de nostalgia recordando algo que tampoco está tan lejos. Si vuelve, puede que ya no sea lo mismo, pero podemos probar y ver qué tal, ¿no?