En mis ratos libres, de vez en cuando, veo vídeos de arquitectura soviética (o de lo que identificamos el común de los mortales como tal, para que no se me ofenda ningún experto). Antes tenía que hacer por buscarlos, pero ahora Instagram ya me los sugiere sin que yo tenga que mover ni un dedo. No soy ningún experto en la materia, pero es un tema que siempre me ha interesado, y la verdad es que ahora el algoritmo me lo pone muy fácil para saciarme cada vez que abro la aplicación de marras.
A lo largo de los años, he ido viajando a países que formaban el bloque del este durante la Guerra Fría (tanto los que eran repúblicas de la extinta Unión Soviética como los que no) y tiene algo de hipnótico pararte a ver ese estilo arquitectónico y ese brutalismo. Es algo transversal, ya que puedes encontrártelo en las zonas más nobles de las ciudades o en las barriadas alejadas del centro. A bote pronto, recuerdo las afueras de Sofía, el Parlamento de Bucarest, diferentes barrios del noroeste de Zagreb, edificios como la Universidad Estatal o el Hotel Ucrania en Moscú, construcciones residenciales de Berlín Oriental, y la Plaza de la República (antes Plaza de la Revolución) de Liubliana, entre otros.
En Donosti, tenemos nuestro rinconcito brutalista con la Torre de Atocha. Desde hace más de 50 años, es parte del paisaje de nuestra bella ciudad. Pese a la polémica por su construcción (y por no demolerla), en mi opinión, es parte ya de nuestra cultura popular. Siempre que bajo por la cuesta de Egia para ir al centro o a Gros, no puedo evitar caminar mirándola. Me tiene atrapado de algún modo.
Además de vídeos de edificios con influencia soviética, Instagram también suele sugerirme otros sobre grandes esculturas al aire libre que aún están en pie o ascensores vecinales que están en uso desde mucho antes que callera el Telón de Acero. Estas piezas audiovisuales y las de los edificios tienen algo en común en muchas ocasiones: la banda sonora corre a cargo de Molchat Doma.
Para muchos será la primera vez que escuchan hablar sobre esta banda bielorrusa de post-punk formada en Minsk en 2017, pero su éxito ha traspasado las fronteras del país presidido desde 1994 por Aleksandr Lukashenko. Guitarra, bajo, sintetizadores y percusión son la base de su sonido, que evoca a los ochenta y a grupos como Joy Division, Depeche Mode o The Cure (probablemente, teniendo cualquiera de estas tres bandas un sonido menos melancólico que el de Molchat Doma). Este trío, de forma consciente o inconsciente, también está influido por Kinó, grupo clave de rock alternativo y post-punk de la URSS.
Desde 2017, han publicado cuatro discos y todos están protagonizados en su portada por alguna referencia arquitectónica de estilo soviético. En sus primeros años, consiguieron dar el salto a países cercanos como Rusia o Chequia, y en la actualidad ya están girando por toda Europa, Latinoamérica, Estados Unidos y Canadá, entre otros.
La verdad es que tienen ingredientes más que suficientes para triunfar y están cosechando los frutos de su buen hacer. Su activo principal son las canciones, que han superado cualquier tipo de barrera idiomática. También les suma que tiene un rollo tan alternativo como atractivo, y el hecho de ser bielorrusos le añade a la ecuación un componente exótico. Además, hacen una música que está totalmente fuera de lo que ahora es tendencia, un factor que les da cierta capa de misterio y los hace más apetecibles.
En definitiva, Molchat Doma son mucho más que la banda sonora de la nostalgia soviética y de su estilo arquitectónico.