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Ivan Castillo Otero

12 pulgadas

Eurovisión: un concurso cautivo y un nuevo desastre

Lo mejor que le podría pasar a Eurovisión, a la UER y a la delegación española es que lo ocurrido en Basilea hace dos semanas haya sido un punto de inflexión. Hay veces en que, en medio de la tormenta, pueden extraerse aspectos positivos, pero, en lo que respecta a lo sucedido el pasado 17 de mayo en el concurso, me cuesta horrores encontrar alguno. La realidad es que la noche terminó con un nuevo fracaso sin paliativos de España y con el susto en el cuerpo por una victoria de Israel que finalmente no fue, y que no habría respondido a ningún criterio musical ni televisivo. El eurodrama ha sido aún mayor tras las últimas salidas de tono de Melody, la representante española.

Empezando por lo que atañe al ente público patrio, puede decirse que, externamente, estuvo donde tenía que estar en cuanto al posicionamiento sobre la presencia de Israel y lo que está sucediendo en Gaza, mientras que el resultado clasificatorio fue catastrófico. Liderar la reflexión sobre la participación de Israel y llamar a las cosas por su nombre —bien por Julia Varela y Tony Aguilar— le ha costado a RTVE alguna reprimenda por parte de la UER, pero con el tiempo envejecerá peor la tibieza de la entidad continental que cualquier acto de rebeldía por parte de la televisión pública española.

Dicho esto, no podemos olvidar que estamos hablando de un concurso musical y que no es precisamente barato. Probablemente, cualquiera de nosotros tendría dificultades para conservar su puesto de trabajo si acumulara tal número de fracasos en la última década, pero, año tras año, vemos al frente de la delegación española a las mismas caras familiares sentando cátedra. La reflexión que se exige externamente sobre el concurso debería ir acompañada de una interna sobre el trabajo que se viene realizando y los resultados obtenidos.

Lo que no puede reprochársele a RTVE es la paciencia que han tenido con Melody. Tras la vergonzosa rueda de prensa que ofreció con una semana de retraso, podrían haberla desmontado desautorizándola y desmintiendo cada una de sus afirmaciones. De forma muy elegante, solo salieron públicamente para aclarar que no tienen ningún tipo de poder sobre la libertad de expresión de la cantante andaluza, y que la única condición proviene de la UER: las canciones no deben contener contenido político.

Del mismo modo que recordaremos cómo Melody prefirió parecer alguien carente de sentido crítico y de lucidez durante la rueda de prensa, con el fin de no posicionarse frente a lo que sucede en Gaza y, teóricamente, no perder seguidores, también recordaremos 2025 como una de las ediciones más politizadas de Eurovisión en la era moderna. Tenemos un concurso cautivo, con un televoto en manos de personas (o creemos que lo son; lo dirá la investigación que eventualmente se abra) que desvirtúan el resultado final y que estuvo a punto de llevar Eurovisión 2026 a Israel. Nadie sabe qué consecuencias podría haber tenido eso.

Queda un año para celebrar una nueva edición. Tengo las esperanzas justas de que algo cambie, tanto en RTVE como en la UER. Tal vez haya modificaciones estéticas, pero no mucho más. Ojalá me equivoque.

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Sobre el autor

Donostiarra de nacimiento y medio coruñés por parte materna. Periodista por vocación. Mi abuela Juana vendía la prensa en un kiosco y la llamaban «la periodista»; así que soy el segundo de la familia que trabaja en el mundo de la comunicación. San Sebastián, Bilbao, Madrid y, ahora, A Coruña. Siempre estoy leyendo algo. Me gusta el rock y tuve un grupillo. Me interesa la historia. Sigo el calendario ciclista de pe a pa, y del fútbol soy de la Real Sociedad. También hago fotos.


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