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Ivan Castillo Otero

12 pulgadas

De Donosti a Edimburgo por Oasis: nuestro Masterplan

Una previa que dura una semana

Donostia, 1 de agosto. Ambiente distendido en una Parte Vieja que hace tiempo que no reconozco. No termino de acostumbrarme a que en muchos de los bares haya encargados de pastoreo de clientes: que si en la barra no se puede estar, que si apuntes los pintxos en un papel… métodos para gestionar el disfrute de nuestra gastronomía que recuerdan más a cadenas de comida rápida. The Times They Are a-Changin’ cantaba Bob Dylan, y para nuestra Parte Vieja han cambiado a peor. Mi querida Clásica San Sebastián se va a disputar al día siguiente y los operarios dan los últimos retoques en el Boulevard, pero mis pensamientos están ya en el viernes de la semana siguiente. Una ruta por carretera nos va a llevar hasta Edimburgo, donde el día 8 ofrecerá Oasis la primera de las tres fechas programadas en la capital escocesa.

Camino de la Bretaña, parada en Burdeos. Conocida, entre otros, por su vino, es una urbe elegante y cargada de historia. Su centro histórico (declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO), la Place de la Bourse, la Catedral de Saint-André, el Gran Teatro de Burdeos, pasear a orillas del Garona… es una suerte tenerla a unas horas de Donosti. Con Rennes como centro de operaciones, dedicamos la siguiente parada a comer galettes y kouign-amann (pastel hojaldrado cargado de mantequilla y azúcar), por supuesto, pero también a visitar algunos puntos de la región.

Rennes, capital de Bretaña, combina elegantes palacetes y plazas clásicas con casas de madera y cubiertas de pizarra. Es una ciudad donde la historia convive con la vida universitaria y la modernidad. Sobreviven gran cantidad de negocios genuinos de ropa, dulces y artesanía; aspecto que convierte la visita en algo más especial. A pocos kilómetros está Dinan, una de las ciudades medievales mejor conservadas de la Bretaña. Sus murallas de casi tres kilómetros envuelven un casco antiguo repleto callejuelas empedradas que descienden hasta el río Rance. Dentro de lo que cabe, han logrado cierto equilibrio entre el turismo y el mantenimiento de su esencia. Algo similar pasa en Saint-Malo: una fortaleza de piedra y murallas que recorren el contorno de la ciudad vieja. Dentro, una villa con espíritu corsario que siempre tiene un ojo puesto en el mar.

Allí donde la Bretaña cede el testigo a Normandía está el Mont-Saint-Michel. Las mareas transforman varias veces al día el paisaje de esta montaña, coronada por una abadía a la que se llega a través de calles retorcidas y empedradas. Esta isla rocosa, lugar incesante de paso de muchos visitantes, es parada obligatoria camino al norte de Francia. Desde aquí, algo más de 450 kilómetros nos separan de Calais y del Canal de la Mancha. Allí, por primera vez en nuestra vida, tomaremos el tren del Eurotúnel para aparecer en Folkestone tras media hora larga de trayecto.

Londres, nuestra siguiente parada, está tan al sur del país que la alcanzamos en dos horas escasas de carretera desde la salida del Eurotúnel. Lo más complicado de este trayecto es conducir en el mundo al revés: los coches circulan por la izquierda; los conductores van en el asiento derecho; las incorporaciones se hacen desde la izquierda; los kilómetros dan paso a las millas y a las yardas… un lío divertido que nos proveerá de anécdotas a  lo largo de nuestra estancia en el Reino Unido. La ciudad sigue tan bonita, eléctrica y estresante como la recordaba de hace más de una década. Disfrutamos de cada paseo y de cada monumento, pero llega un momento en el que nos decimos que es suficiente. El caos ordenado de Londres está bien para un ratito.

Sin salir de Inglaterra y en ruta hacia el norte, hacemos parada prospectiva en Newcastle. Bañada por el Tyne, su tranquilidad nos sirve de cura después de Londres. Nos encandila con sus puentes icónicos sobre el río; sus elegantes edificios victorianos; su cuidada arquitectura; su vida nocturna; y el bonito castillo medieval que da nombre a la ciudad. Además, más allá de su patrimonio histórico y su arquitectura, de Newcastle destaco la amabilidad de su gente. Nos vamos gratamente sorprendidos. Próxima parada: Oasis en Edimburgo.

El superconcierto

Edimburgo, 8 de agosto. Tras circular durante horas por la carretera de un carril por sentido que une la capital de Escocia con Newcastle, ya estamos aquí. El ambiente es el de las grandes ocasiones. Antes de llegar al edificio Balmoral, en la North Street, a cada paso nos cruzamos con personas que van con camisetas de Oasis. En la Princes Street y la Royal Mile, el gorro bucket (estilo pescador) que tanto ha usado Liam, el pequeño de los Gallagher, es un complemento imprescindible. Seguimos caminando hasta Murrayfield, la casa de la selección escocesa de rugby, ya con el tráfico cortado a los coches y una marea humana de 67.000 personas que se dirige al aquelarre. Ya fuera del estadio, la cola da varias vueltas al puesto de productos oficiales y la oferta gastronómica es una batalla abierta por ver quién ofrece los platos más pesados y picantes. Todo sea dicho: reina el buen humor y la camaradería, y la organización es muy solvente. Todo funciona.

Tras los tempraneros Cast, que tienen la ingrata tarea de tocar demasiado pronto hasta para los británicos, Richard Ashcroft sale al escenario con un set de siete canciones en 45 minutos. Físicamente, da gusto verlo y, musicalmente, es un profesional espectacular. Todas los temas que elige son de The Verve a excepción de uno, Break the Night With Colour. Toca Space and Time, The Drugs Don’t Work, Lucky Man, Sonnet… y todas encuentran una respuesta positiva por parte del público. El cierre con Bitter Sweet Symphony es apoteósico. Una canción que une generaciones, que ha trascendido en la historia del pop y que parece que Ashcroft la disfruta como si la tocara por primera vez. Se despide agradecido, cerveza en mano y subrayando que “es un placer tocar antes de la mejor banda de rock de la historia”.

Apenas acaba de dejar el escenario y ya están desmontando y dejando listo todo para Oasis. Decenas de personas entran y salen probando los instrumentos y dando los últimos retoques. El hilo musical, por cierto, es excelente. Faltan pocos minutos para las ocho y cuarto (hora marcada por la banda para empezar a tocar) y ya no queda nadie sobre las tablas. En ese momento, suena por megafonía Born Slippy .NUXX, de Underworld, en un claro guiño a Trainspotting, película en la que Edimburgo es un personaje más. La gente entra en trance y los gritos suben de decibelios cuando el público situado en uno de los laterales del escenario hace saber al resto que la banda está subiendo las escalerillas. Silencian a Underworld y empieza a sonar la intro de la gira, que es un breve diálogo de Encuentros en la tercera fase junto a Fuckin’ in the Bushes, el clásico preludio con el que los Gallagher, Paul “Bonehead” Arthurs (guitarra), Andy Bell (bajo), Gem Archer (guitarra) y Joey Waronker (batería) se sitúan en sus marcas. Los hermanos saludan al respetable cogidos de la mano. No pueden esconder el buen rollo y el amor que se profesan.

Empieza el concierto. Hello y Acquiesce para abrir no parecen casualidad: en la primera, la letra reza “hello, hello, it’s good to be back, good to be back”, y en la segunda canta Noel “because we need each other, we believe in one another…”. Morning Glory y Some Might Say para llegar a Bring It On Down, precedida de recado de Liam para el consistorio edimburgués. El pequeño de los Gallagher lanza duras críticas contra los dirigentes locales señalando que, pese al enorme impacto económico que generaban sus shows (entre mil y tres mil millones de libras, exagera), el dinero acabaría en manos de “los amigos pijos y feos” de los políticos. Remata exigiendo una disculpa por unos documentos filtrados del propio consistorio que describían hace unos meses a los seguidores de Oasis como “borrachos, mayores, gordos y alborotadores”.

Llegamos al momento Cigarettes & Alcohol, en el que Liam pide al público empezar la canción haciendo un “Poznań”, que consiste en que los asistentes nos giremos de espaldas al escenario, agarrados por los hombros y saltando al unísono. Originaria de los aficionados del club polaco Lech Poznań, esta celebración fue popularizada en Inglaterra por los seguidores del Manchester City tras un partido contra el propio Lech Poznań en 2010. Fade Away, una de las que no estaba en las quinielas antes de la gira, suena como un tiro para que el clásico Supersonic y Roll With It cierren esta primera parte más cañera del directo.

Entramos en el espacio de Noel con un Liam que se baja del escenario a descansar. Al hermano mayor se le ve pletórico durante todo el concierto y muy comunicativo con las primeras filas. Enlaza Talk Tonight (dedicada a las mujeres y en la que se le ve emocionado), Half the World Away (dedicada a “la verdadera familia real”, un guiño humorístico a la serie británica The Royle Family, que la tuvo de sintonía), y Little by Little (dedicada a los chicos, a los “lads”).

Vuelve Liam y se marcan D’You Know What I Mean?, Stand by Me y Cast No Shadow antes de Slide Away, que durante esta gira se ha convertido en mi favorita de Oasis. Siempre ha estado ahí, pero he conectado con ella de manera muy especial, sobre todo después de que publicaran la versión grabada en Cardiff hace unos meses. La letra, los diferentes riffs, la fuerza con la que la canta Liam… lo tiene todo. En Whatever se atreven a terminar con un trocito de Octopus’s Garden de los Beatles y el estadio se cae con Live Forever, dedicada a “los que no han podido venir a vernos reunidos”. Rock ‘n’ Roll Star es un trallazo atemporal y autobiográfico que sella el cierre del concierto antes de los bises. Mi mujer, la máxima culpable de que estemos en Murrayfield y de tener este enganche con Oasis, me mira con cara de aprobación. La verdad es que están dando un conciertazo, uno de los mejores que ha visto un servidor nunca.

Llegan los bises, que son un carrusel de temazos. The Masterplan, precedida de la presentación de la banda, es, probablemente, uno de los momentos más emocionantes para los máximos seguidores de la banda. Antes de interpretar “Don’t Look Back in Anger”, Noel pregunta si hay “alguna lesbiana atea de izquierdas” presente. Es un guiño sarcástico a una situación que había circulado sobre el Festival Fringe de Edimburgo, donde una comediante había bromeado sobre que su público objetivo (lesbianas ateas de izquierda) prefería ir a conciertos de Oasis en vez de sus shows.

Wonderwall y Champagne Supernova como gran final. Las vivo con pena de que ya no queden más canciones y con emoción por haber asistido a algo muy especial. Se terminan los fuegos artificiales, encienden las luces y todo el mundo abandona el estadio en orden. La tienda de productos oficiales sigue hasta arriba.

Ya en el hotel, repaso los vídeos que he grabado con el móvil,  porque ya tengo nostalgia del concierto. A Oasis le quedan dos noches más en Edimburgo y luego viajarán a Irlanda, Canadá, Estados Unidos, México, Inglaterra, Corea del Sur, Japón, Australia, Argentina, Chile y Brasil. Parece que la cosa no va a terminar aquí: los rumores sobre una gira europea en 2026 son ya muy intensos, casi imparables. No parece descabellado que, antes de terminar el Live ’25, ya sepamos algo a este respecto.

El día después

Cafetería de carretera entre Edimburgo y las Highlands escocesas. La camarera toma nota de lo que queremos desayunar. Ve la sudadera de mi mujer con el logo de Oasis y le dice que “se muere de envidia” porque no consiguió entradas. Los próximos días circularemos por el norte de Escocia, Glasgow, Cardiff y París antes de llegar a Donosti. Es el epílogo perfecto tras la noche con Oasis. “This is the place”, gritó Noel antes del primer concierto en Manchester durante esta gira, y yo tengo la sensación de que este tour de regreso era el lugar en el que había que estar, en el que debíamos estar.

El recuerdo feliz

El 8 de agosto de 2025, dos hermanos reconciliados, ya entrados en años, dieron un conciertazo en Edimburgo. Sin estridencias y sin canciones enrevesadas. Probablemente, con unos ritmos que, ahora mismo, son contratendencia, pero reconcilian a un servidor con la música en medio de tanta ínfula. Batería, bajo, guitarras y voz, sin mucho más artificio. A veces las cosas son así de sencillas y, además, así es como deben ser.

8 de agosto de 2025: el recuerdo feliz de nosotros viendo a Oasis en el estadio Murrayfield de Edimburgo.

Música, entre otras cosas

Sobre el autor

Donostiarra de nacimiento y medio coruñés por parte materna. Periodista por vocación. Mi abuela Juana vendía la prensa en un kiosco y la llamaban «la periodista»; así que soy el segundo de la familia que trabaja en el mundo de la comunicación. San Sebastián, Bilbao, Madrid y, ahora, A Coruña. Siempre estoy leyendo algo. Me gusta el rock y tuve un grupillo. Me interesa la historia. Sigo el calendario ciclista de pe a pa, y del fútbol soy de la Real Sociedad. También hago fotos.


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