
He escuchado LUX de Rosalía de una sola vez, con auriculares y sin interrupciones. Quería experimentar el disco como un conjunto, sin fragmentarlo, para captar todos los matices y reflexionar con calma después de la emoción inicial. Tras varias escuchas, tengo claro que este álbum demuestra que el formato largo no está muerto: un buen disco ofrece algo que los singles sueltos no pueden dar.
Rosalía apostó por esa unidad desde el principio. Solo lanzó Berghain como adelanto y lo hizo poco antes del estreno del álbum. Esa decisión deja claro que no quería simplemente presentar un sumatorio de éxitos, sino un proyecto coherente. Y lo ha conseguido.
El álbum se divide en cuatro movimientos y, aunque cada canción tiene fuerza por sí sola, juntas construyen una historia. Escucharlo de corrido permite apreciar esa arquitectura emocional que ha diseñado. Al mismo tiempo, es perfectamente válido disfrutar cada pista por separado, porque todas están muy bien trabajadas y funcionan sin compañía.
El primer movimiento empieza con Sexo, violencia y llantas, un arranque tenso que marca el terreno desde el primer segundo. Le sigue Reliquia, íntima y reflexiva, donde Rosalía se muestra contenida y cercana. Luego llega Divinize, con una textura mística que aporta un aire diferente, y después Porcelana, elegante y delicada. El quinto tema, Mio Cristo Piange Diamanti, combina emoción con una intención casi sacra. Es un tema que me ha fascinado y del que no quería despegarme, gracias a la fuerza de su interpretación y los matices de la producción.
En el segundo movimiento, Berghain cambia la energía y abre la parte más nocturna del disco. La perla combina melodía delicada con reproches claros por el desamor, apoyada en una base minimalista que deja toda la fuerza a la voz de Rosalía. Mundo nuevo amplía el horizonte sonoro, y De madrugá cierra el tramo con una melancolía tranquila que conecta con el siguiente movimiento.
El tercer movimiento arranca con Dios es un stalker, una canción provocadora y psicológica que demuestra cómo Rosalía mantiene la intensidad sin perder el control. Le sigue La yugular, intensa y directa, donde la crudeza de la letra se combina con una interpretación segura. Luego aparece Sauvignon Blanc, un tema que me ha gustado muchísimo. Consigue captar completamente la atención con su delicadeza y los matices de la voz, además de una melodía muy pegadiza.
En el cuarto movimiento, La rumba del perdón transmite mucha emoción, combinando tradición y reproche con un ritmo que mantiene el interés. Memória ofrece un momento de calma y delicadeza, con una voz que suena íntima y precisa, casi susurrando las emociones del disco. Finalmente, Magnolias cierra el álbum con un tono tranquilo y reflexivo, donde la parte instrumental y la voz se equilibran a la perfección.
Vocalmente, Rosalía está a un nivel muy alto. Los temas más exigentes muestran su capacidad para sostener frases complejas sin fallar, y las canciones lentas ponen de manifiesto su técnica y su madurez Se percibe un control impecable que no es gratuito, sino fruto de un trabajo muy potente.
Este no es un disco más en su discografía. Es un proyecto cuidado, ambicioso y con una personalidad propia que se percibe en cada detalle. Escucharlo de principio a fin es una experiencia completa: invita a detenerse, a apreciar la técnica, los matices y la intención detrás de cada canción. El tiempo dirá qué lugar ocupará LUX en la historia de la música contemporánea, pero ya queda claro que Rosalía sigue rompiendo expectativas y demostrando que los álbumes, cuando están bien pensados, siguen siendo una forma de arte tan viva y relevante como siempre.