Siempre he dicho que fuimos unos acomodados. Teníamos un grupo de música punk-rock y algún familiar vino a recogernos tras algún concierto cuando no había transporte público para volver. Sí, transporte público, han oído bien. Éramos bastante niños y no teníamos coche. Cuando nos llamaban de Oñati, Markina-Xemein o Arrasate, teníamos que liar a algún amigo que sí lo tuviera para que nos llevara a cambio de la cena y una propina. Lo primero sí que lo aceptaban, pero lo segundo no. Así son los amigos. Algunos pensarán que así es más difícil forjar un carácter aguerrido, sufrido y combativo como el que tenían en los ochenta. Puede ser; yo qué sé.
Ensayábamos los sábados por la mañana porque nuestros estudios nos lo impedían hacer entre semana. Íbamos a la Musika Eskola de Atocha y nos encerrábamos cuatro horas, de diez a dos, en una de sus salas. Al principio pagábamos por cada sesión, pero luego disfrutamos gratis del servicio por haber colaborado con el centro en una obra de teatro. Pasamos tres días en el Victoria Eugenia preparándolo todo con el resto del elenco. Teníamos que tocar un chachachá y un rock and roll en un momento de la representación que en el que se formaba una especie de verbena. Nos salió de lujo.
En definitiva, éramos unos chavales que tocaban macarradas por diversión y sin ninguna intención de triunfar. Oye, que si hubiéramos podido vivir de la música habría estado genial, pero no teníamos tanto talento. Nos preocupábamos de sonar lo mejor posible y de pasarlo bien. Duramos un lustro o algo más, no lo recuerdo bien, y siempre tuvimos los pies en el suelo.
Recientemente, tuve que redactar cuatro críticas de discos de bandas modestas. Uno era de unos cuarentones que se habían quedado algo anclados en los años noventa. Las otras tres referencias eran de gente más joven y estaban bastante bien en lo que a lo musical se refiere, pero no quiero poner el acento en ese aspecto. Lo que me llamó la atención es el tiempo y la energía que gastan en sacarse unas fotos súper profesionales y en buscar adjetivos repipis para definir su sonido. Pudiera parecer que están más preocupados en parecer estrellas que en serlo.
En mi periplo por los escenarios, defendí que los conjuntos tenían que cuidar su imagen teniendo unas fotos apañadas para cualquier asunto que lo requiriese o actualizaran convenientemente las redes sociales. Eso sí, aunque no lo diga, creo que debe primar el hecho en sí de hacer música y, sobre todo, que se disfrute con ello. No ha pasado tanto tiempo de aquellos viajes en bus con los instrumentos en el maletero a, por ejemplo, Asturias en el Alsa, pero tengo la sensación de que las cosas han cambiado mucho. Cada vez se tiene más en cuenta salir divinos en el Instagram o las descripciones pedantes de las canciones propias y menos el lado más genuino de tener un grupo y vivir la experiencia. ¿Me estaré haciendo mayor?