No sé si ocurre en otras profesiones. En periodismo puede pasarte que caiga en saco roto para siempre el mejor reportaje de tu vida, ese que llevas a la redacción tras nueve meses perdido en Oceanía, si el día en el que se va a publicar pasa algo gordo. A Tom Petty (Gainesville, Florida, 20 de octubre de 1950-Santa Mónica, California, 2 de octubre de 2017) le pasó algo similar con su muerte. Una súper estrella como él quedó relegada a breves menciones de prensa, radio y televisión. Nunca es un buen momento para morirse, pero es que él falleció en un año en el que otros grandes de la música también nos dejaron. Desde entonces, he tenido cierta sensación de injusticia que hoy quiero revertir.
Cuando estaba en la carrera, flipaba cantidad con los Traveling Wilburys, esa banda que tuvo con Bob Dylan, George Harrison, Jeff Lynne y Roy Orbison. Con el paso de los años, me ha dado tiempo a gozar poco a poco de los álbumes que publicó tanto en solitario como con sus inseparables The Heartbreakers. A lo largo de su carrera, logró vender más de ochenta millones de discos. Además de su indudable talento y su carisma, me gustaría destacar que envejeció muy bien. Las canciones de su primera época son tremendas, pero todo lo que hizo de más adulto también es canela fina.
Mi intención no es sentar cátedra sobre esta figura del rock. Simplemente quiero rendirle un humilde homenaje con sus composiciones. He escogido un puñado con las que cualquier seguidor de Tom Petty disfrutaría y con las que también confío en enganchar a algún nuevo adepto. En estudio sonaba de miedo, pero en directo tenía una energía que tumbaba. Brutal. Deberían enseñarlo en los colegios.