Cuando llevan semanas cebando tus expectativas sobre una película y vas al cine a verla, es posible que no se cumplan del todo. Eso me ha pasado con Bohemian Rhapsody, largometraje que, con alguna imprecisión en lo que a su historia se refiere, repasa la vida del difunto Freddie Mercury.
Si alguien no ha ido aún a verla, mi recomendación es que vaya. Es divertida, dinámica y emocionante, pero dista mucho de ser una obra maestra. Si al espectador le gusta Queen, como es mi caso, es difícil que no la disfrute. Existen tres aspectos que destacan sobre el resto en esta película y el primero es ese: la banda sonora y la forma en la que se ha escogido qué canción acompañará cada escena musical. El segundo es la extraordinaria interpretación del protagonista, Rami Malek (me gustaría confirmarlo con la versión original). Hay escenas que parecen rodadas por el Mercury original. Me recuerda mucho a la exquisita caracterización e interpretación de las estrellas de la música fallecidas (Bowie, Janis Joplin, etc.) que salían en la serie Vinyl. El tercero es el concierto final. Calcan el directo que ofrecieron en el Live Aid (Wembley, 1985) plano por plano. Es una obra artesanal. El hecho de que sea el gran final del film hace que el espectador salga en una nube y olvide momentáneamente los puntos negativos del mismo. Ahora bien, el guion está repleto de tópicos un poco forzados y no se líen a buscar fragmentos que destaquen, por ejemplo, por su cuidada fotografía. En mi opinión, se ha sido de gatillo fácil al valorar esta película. No es una obra maestra y creo que tampoco era su intención. Vayan al cine sin pretensiones; se les va a pasar el rato volando.