Debía tener yo como mucho diez u once años cuando le pedí a mis padres el nuevo disco de no recuerdo qué grupo. Era por estas fechas y era de cara a los regalos navideños. Mi madre miró cuál era y me dijo que no, que era como uno que ya tenía del año anterior. Que lo único que habían hecho era cambiarle la portada un poco y meterle algún tema extra. Lo comprobé y tenía razón. Es interesante el debate de si las reediciones que se hacen de cara a Navidad son solo para sacar los cuartos a la gente o para algo más. Yo, en aquel momento, me llevé un poco de chasco ante aquella treta comercial de un grupo que seguía.
Hace unos meses, celebré que La Polla Récords volviera a los escenarios para celebrar su cuarenta aniversario. Era una gira breve y especial. Tocarían cuatro conciertos en suelo patrio (Madrid, Barcelona, Bilbao y Valencia) y algunos más en Latinoamérica. Subrayaron que era eso y nada más, para que nadie se durmiera y se quedara sin entrada. Ahora resulta que en 2020 harán varios conciertos más por el Estado, algo que no me parece mal pero que contradice el mensaje inicial. Serán como una docena de directos y, tras estos, pondrán punto final al tour (o eso han dicho).
Los consumidores de productos musicales tenemos una fe digna de premio. Un grupo nos dice que hará una gira despedida y les perdonamos que vuelvan poco después (el caso más reciente tal vez sea el de los Mötley Crüe, que montaron un teatrillo para irse y también para volver). Nuestras bandas de cabecera sacan reediciones hechas sin demasiado amor y peregrinamos a las tiendas para lucirlas con orgullo en una estantería de casa. Confiamos en lo que nos dicen y hacen aunque luego, de algún modo, no cumplan o nos fallen.
Agradezco que mi madre fuera tan tajante con aquella petición que hice a las puertas de Navidad. A veces hay que decir que no.