No eran tardes ni tontas ni calientes; eran tardes de los últimos noventas y los primeros dosmiles después del cole y del instituto en las que, tras terminar los quehaceres estudiantiles, me ponía los discos de Estopa. Estamos hablando de aquella época en la que lo normal era ir a una tienda, comprar el disco y escuchártelo mientras te empollabas el libreto. Ahora, inmerso en la era de las plataformas digitales (a las que les reconozco su éxito para la supervivencia de la industria), miro con añoranza hacia esos tiempos no tan lejanos.
La España de 1999 vestía pantalones vaqueros acampanados; utilizaba los primeros teléfonos móviles; seguía Médico de Familia y Compañeros en la tele; y asistía al estreno de Todo sobre mi madre, que, a la postre, daría su primer Oscar a Almodóvar. En aquel contexto, dos chavales de Cornellá lanzaban su primer disco y lo petaban. Pop, rumba, rock… David y José Muñoz dieron con la tecla y tuvieron el don de estar en el momento adecuado y en el sito oportuno. Tal y como recordaban ellos en una entrevista reciente, en su momento había gente más preparada y con mejores canciones, pero la suerte es un factor vital para el éxito (aunque nos machaquen con cantinelas como el “querer es poder” y la cultura del esfuerzo).
A un niño preadolescente como era yo, aquel primer disco de Estopa le hablaba en un idioma que entendía y le abría un mundo nuevo alejado de todo lo que había escuchado hasta aquel momento. Una pequeña revolución, vamos. Lo curioso es que, con los años, he ido conociendo cosas nuevas y he tenido las herramientas suficientes para decidir qué era lo que más me gustaba, pero siempre he tenido un hueco para Estopa, tanto para lo viejo como para lo nuevo.
Dos años después, en 2001, con el primer disco memorizado por completo, mis padres me compraron el Destrangis según se publicó. La banda se consolidó como un clásico del pop español con tan solo dos discos, y yo, en un rincón del barrio donostiarra de Egia, me ponía el redondo día sí y día también. Luego vinieron otros discos y los he ido escuchando, pero esa pasión de los dos primeros nunca volvió a mí con tanta intensidad.
Además de por su música, si algo me ha hecho conectar con Estopa ha sido su compromiso y su forma de ver la vida. Nunca han escondido ni lo que piensan ni de dónde vienen y, cuando ha hecho falta, han sido los primeros en comprometerse con causas sociales. El hecho de mostrarse tal y como son sin impostar nada y de ser gente normal ha jugado a su favor a la hora de conectar con el público.
En el último año, Estopa han sido noticia inevitable porque ya llevan con nosotros 25 años. Como un vino añejo, han madurado genial tanto a nivel musical como a nivel social. Guardo con cariño aquellos primeros discos y sigo escuchando sus canciones como quien escucha las canciones de alguien a quien admira y aprecia no solo por lo que hace, sino por lo que es. Es más, escribo estas líneas como el que escribe a unos amigos, aunque no he tenido el gusto.
Zorionak y que sean muchos más, bikote.