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Ivan Castillo Otero

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Las tardes que soñé con Jalabert y Beloki

Ustedes, los que tienen más primaveras vividas, añoran los tiempos de Bahamontes, Ocaña, Coppi, Bartali, Merckx o Hinault. Algunos, como yo, crecimos viendo las últimas pedaladas de Pedro Delgado, los cinco Tour seguidos de Indurain, al “pirata” Pantani o la mentira de Armstrong. Desde crío, siempre fui de la ONCE y, por encima de todas las cosas, de Laurent Jalabert. Tengo guardadas con gran cariño fotos firmadas y un maillot que me dedicó el de Mazamet. También andan pérdidas por casa otras reliquias como bidones del equipo Carrera pertenecientes a Pantani, otros del Kelme que eran de Escartín o una gorra de Cofidis que me lanzó Moncutié al grito de “enfant, le casquette”.

Mi padre y yo nos lo montábamos bien y nos acreditaban para la Clásica de San Sebastián; era ese día que no dolía madrugar. Allí conseguí cruzar unas pocas palabras con el francés (en perfecto castellano) varias veces y me fui a casa más feliz que un regaliz. No ganó el Tour, pero ganó cuatro etapas y regaló muchas tardes de gloria a la ronda gala. Además, tiene en su palmarés muchas victorias en carreteras vascas (Vuelta al País Vasco 1999 y Clásica de San Sebastián 2001 y 2002), tres del Giro, dieciocho de la Vuelta y una clasificación final, el Mundial de contrarreloj disputado en Donostia (1997), la montaña y combatividad del Tour (2001 y 2002) o el campeonato de Francia en ruta (1998).

Aún con Jaja en activo, despuntó Joseba Beloki. Cuando yo estaba en julio de 1999 viendo el final del Tour en París, él todavía no había salido del Euskaltel Euskadi. Con Festina y ONCE estuvo a punto de reinar varias veces en la capital francesa. No tiene el palmarés del otro ciclista, pero fue mi gran esperanza durante años. Soy de los que mantiene que en el Tour de 2003 se habría subido al cajón más alto del podio de no haber sido por aquella fatídica caída. Esa tarde saltaron por los aires mis sueños y los de mucha gente que nos sentábamos durante veintiuna etapas frente al sofá. Ese era el año, Armstrong estaba contra las cuerdas.

Tras aquella caída nada fue lo mismo. El 17 de julio de 2005 le animé en los Pirineos, cuando subía en el llamado “autobús” las últimas rampas de Saint Lary-Soulan. Él, mientras tanto, hacia un gesto de negación con la cabeza; esas piernas ya no tiraban.

En la actualidad, me tira mucho Sylvain Chavanel, pero no al nivel de mis otros héroes. A todos ellos me gustaría dedicarles el “Bicycle race” de Queen, por hacerme soñar despierto muchas veces tras la comida.

Música, entre otras cosas

Sobre el autor

Donostiarra de nacimiento y medio coruñés por parte materna. Periodista por vocación. Mi abuela Juana vendía la prensa en un kiosco y la llamaban «la periodista»; así que soy el segundo de la familia que trabaja en el mundo de la comunicación. San Sebastián, Bilbao, Madrid y, ahora, A Coruña. Siempre estoy leyendo algo. Me gusta el rock y tuve un grupillo. Me interesa la historia. Sigo el calendario ciclista de pe a pa, y del fútbol soy de la Real Sociedad. También hago fotos.


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