En el mundo hay muchos más tontos que campeones olímpicos. Partiendo de la idea de que lo segundo no exime de ser lo primero, nadie duda que debe ser mucho más difícil ser campeón olímpico de Atletismo que ser tonto, lo que confiere a los campeones un cierto grado de excelencia. Dentro de esta generalización, existe un grupo que engloba a los tontos que se creen graciosos: LOS GILIPOLLAS. Como reza el título del artículo, hoy voy a contar la historia de un gran campeón y de un grandísimo gilipollas.
El campeón que quiero recordar a quienes ya le conocen y presentar a quienes no es el fondista norteamericano FRANK SHORTER. En un país tan acostumbrado a los éxitos de velocistas, saltadores e incluso lanzadores, es curioso comprobar que en sus 112 años de historia los campeones olímpicos en pruebas lisas de fondo se cuentan, literalmente, con los dedos de una mano.
Frank Shorter fue un atleta excepcional, con un asombroso palmarés en su país y a nivel internacional. En 1970 ganó los 5000 y los 10000 metros en los campeonatos de los Estados Unidos. En el 10000 repitió triunfo en el 71, 74, 75 y 77. También fue campeón nacional de cross-country cuatro años consecutivos, 1970-73, y logró dos veces el extraño doblete de 10000 y maratón en los Trials olímpicos (1972 y 1976), doblete que ya había logrado internacionalmente en los Juegos Panamericanos de Cali’1971. Ganó cuatro veces consecutivas el maratón de Fukuoka (1971-74) y, sobre todo, ganó la medalla de oro en el maratón de los Juegos Olímpicos de Múnich’1972 (5º en la prueba de 10000 metros), triunfo que estuvo cerca de repetir en Montreal’1976, donde alcanzó la medalla de plata.
Ha pasado bastante tiempo desde aquellos éxitos de Frank Shorter y han cambiado algunas cosas. Sorprende saber que en 1972, entre el maratón de los Trials (2.15’58”) y la Final Olímpica (2.12’20”), sólo hubo 63 días de separación. El dato de 1976 es parecido, con 70 días de margen y marcas de 2.11’51” (Trials) y 2.10’45” (Juegos Olímpicos). Y es que aquellos años 70, pese a las diferencias en el calzado o sistemas de entrenamiento, ya formaban parte del Atletismo contemporáneo. Victorias aparte, las marcas personales de Frank Shorter no eran desdeñables:
– 13’26”60 en 5000 (Nyköping, 7-7-1975), cuando el récord mundial lo tenía el belga Emil Puttemans con 13’13”0.
– 27’45”91 en 10000 (Londres, 29-8-1975), cuando el RM pertenecía al británico Dave Bedford con 27’30”80.
– 2.10’30” en maratón (Fukuoka, 3-12-1972), a menos de un minuto de los fantásticos 2.09”36 que el australiano Derek Clayton hizo en mayo de 1969.
En fin, Frank Shorter fue un fenómeno, del que se puede añadir que mientras conseguía todo esto obtuvo el título de Sicología por la Universidad de Yale (1969) y de Derecho por la Universidad de Florida (1975).
En Estados Unidos, un país donde el deporte profesional arrasa entre el público, una figura como la de Frank Shorter contribuyó a la difusión y generalización del gusto por correr. No olvidemos que maratones y carreras urbanas han existido siempre, pero que tantísima gente quiera participar en ellas es una “modernez”, y Frank Shorter es una pieza crucial en el desarrollo y el éxito del Atletismo en el asfalto.
Eh, Juancar, ¿y el gilipollas? ¿No ibas a hablar también de un gilipollas?
Ah, sí, es verdad, me olvidaba del gilipollas. Veamos, los hechos nos llevan al maratón de los Juegos Olímpicos de Múnich’72, carrera ganada, como ya he dicho, por nuestro campeón Frank Shorter. No tengo ni idea de qué se puede llegar a sentir cuando empiezas a tener claro que vas a ser campeón olímpico de maratón, así que dejo volar la mente. Has dedicado y sacrificado tu vida al esfuerzo y el sueño de estar precisamente ahí. Has superado unas severísimas pruebas de selección. En la carrera definitiva has doblegado en dura pugna al plusmarquista mundial (Clayton) y al campeón olímpico vigente (Mamo Wolde), entre otros. Frank Shorter corrió en solitario unos veinte kilómetros… ¿Qué iría pensando? ¿Qué iría sintiendo? ¿Qué estado de ánimo estaría creciendo en su interior aproximándose a aquella meta? ¿Pensaría en el pasado, en el futuro, en sus amigos, en su familia, en sus problemas cotidianos, en su alegría, en el trabajado privilegio de estar ahí? No lo sé, qué más quisiera yo que saber algo así. Lo que tengo bastante claro es que después de más de cuarenta kilómetros de Final Olímpica, vislumbrar el estadio y llegar a él sabiendo que vas a ganar tiene que ser una barbaridad emocional; y el primer premio que recibe un atleta que gana el maratón olímpico es el aplauso y el recibimiento que decenas de miles de espectadores brindan al héroe. Así ha sido siempre y así seguirá siendo… Excepto en Múnich’72, excepto en la victoria del gran Frank Shorter.
Cuando Frank Shorter llegó al estadio y accedió a la pista para recibir su merecida ovación, una tronadora pitada y una bronca monumental acompañó sus últimos pasos hasta la meta. ¿Qué pudo pasar por su cabeza ante algo así? ¿Qué podía haber hecho él, sufrido corredor, para merecer semejante castigo?
Nada. Frank Shorter no había hecho nada, y la trifulca -lógicamente- no era por él ni para él. La bronca era para un GILIPOLLAS que poco antes de la llegada de Shorter se saltó las medidas de seguridad y accedió a la pista disfrazado de atleta haciéndose pasar por el ganador del maratón. El público le vitoreó hasta que entendió la tomadura de pelo y comenzó el abucheo; abucheo que coincidió con la llegada a la pista del legítimo vencedor, nuestro ya común amigo Shorter. No sé cómo se tomó Frank Shorter que un gilipollas le estropeara uno de los grandes momentos de su vida. Quizá en su grandeza supo estar por encima de todo esto. Yo, desde mi pequeñez…