NAROA AGIRRE ANTE LOS LISTONES
Hago un inciso en mi serial de los 100 metros.
Ayer tuve ocasión de ver en Teledeporte la jornada del domingo del Campeonato de España en Málaga, que no pude disfrutar en directo. Lo malo es que la oportunidad me llegó compartiendo televisor y cafetería con algunos “deportistas de sillón” que se permitían unos comentarios (¡y hasta insultos!) que me sonrojaban. Qué mal colocados estuvieron durante toda la carrera todos los finalistas del 1500; qué malos eran los pertiguistas, según el cónclave. Qué fácil parecía en su boca pasar los listones.
Para listos y listones los que yo tenía delante. Cuando me quedé a solas reflexioné sobre lo solo que está el atleta ante su competición. Antes de la carrera, del salto o del lanzamiento… qué solo está. Y qué difícil es hacerlo todo bien, cuánto trabajo previo, cuánto esfuerzo, cuánto entrenamiento, cuánta concentración, cuanta soledad, para que desde fuera parezca tan sencillo.
Esta mañana he coincidido con Naroa Agirre y, después, he vuelto a reflexionar sobre la soledad del atleta en los momentos clave. Todos sabemos que Naroa no está en su mejor momento, que le quedan uno o dos disparos para salvar el año como merece su categoría e intentar engancharse al tren olímpico del año que viene.
En soledad está sufriendo otro inoportuno dolor de espalda que ha puesto en peligro esas dos últimas pruebas. Siendo optimistas el dolor menguará y el jueves podrá saltar en Zaragoza. Según el resultado, el sábado irá a Bruselas a intentarlo de nuevo, o no.
Si el dolor desaparece y Naroa se coloca en el pasillo de saltos de Zaragoza volverá a estar sola ante el listón, ante su oportunidad, sus sueños, sus miles de horas de trabajo, sus miedos, sus sinsabores, su enorme palmarés, su futuro. Ella estará sola pero espero que en algún rinconcito de su cerebro o de su corazón haya un sitio para saber que algunos somos un poco más felices cuando ella pasa por encima de los listones.