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Juan Carlos Hernández

Al aire libre

CARL LEWIS: THE LAST DANCE

Carl Lewis, King Carl, el hijo del viento, cumple hoy 60 años. Desde este humilde blog me hago eco de la efeméride y le dedico esta entrada, quizá la última, a la última medalla de oro olímpica del mejor atleta de todos los tiempos.

 

Equipo de los Estados Unidos de los Juegos Panamericanos de San José de Puerto Rico, 1979.

 

1979, Espartakiada de Moscú.

 

1980, Trials Olímpicos de Eugene. 100 metros, 4º con 10″39 (0,0)

 

1980, Trials Olímpicos de Eugene. Salto de longitud, 2º con 8,01 (+2,6)

 

20 de febrero de 1981, Fort Worth. Récord mundial indoor: 8,49 metros.

 

20 de junio de 1981, Sacramento. 8,62 (+0.8) Marca personal, segunda de todos los tiempos.

 

16 de enero de 1982, East Rutherford. Récord mundial indoor: 8,56 metros.

 

24 de julio de 1982, Indianápolis. 8,76 (+1,0) Marca personal, segunda de todos los tiempos.

 

5 de febrero de 1983, Dallas. 60 yardas, 6″02. Récord mundial.

 

14 de mayo de 1983, Modesto. 100 metros, 9″97 (+1,5). Marca personal, tercera de todos los tiempos.

 

19 de junio de 1983, Indianápolis. 8,79 (+1,9) Marca personal, segunda de todos los tiempos.

 

19 de junio de 1983, Indianápolis. 200 metros, 19″75 (+1,5) Marca personal, segunda de todos los tiempos.

 

27 de enero de 1984, Nueva York. Récord mundial indoor: 8,79 metros.

 

1984 Trials Olímpicos de Los Ángeles. 100 metros, 1º con 10″06 (-2,2)

 

1984 Trials Olímpicos de Los Ángeles. Salto de longitud, 1º con 8,71 (0,1)

 

1984 Trials Olímpicos de Los Ángeles. 200 metros, 1º con 19″86 (-0,2)

 

1984 Juegos Olímpicos de Los Ángeles. 100 metros, 1º con 9″99 (+0,2). Primer oro olímpico.

 

1984 Juegos Olímpicos de Los Ángeles. Salto de longitud, 1º con 8,54 (-1,6). Segundo oro olímpico.

 

1984 Juegos Olímpicos de Los Ángeles. 200 metros, 1º con 19″80 (-0,9). Tercer oro olímpico.

 

1984 Juegos Olímpicos de Los Ángeles. Relevo 4×100: Sam Graddy, Ron Brown, Calvin Smith y Carl Lewis. 1º con 37″83, récord mundial. Cuarto oro olímpico.

 

30 de agosto de 1987, Roma. 100 metros del Campeonato del Mundo, 1º con 9″93 (+1,0) Récord mundial igualado.

 

1988 Trials Olímpicos de Indianápolis. 100 metros, 1º con 9″78 (+5,2)

 

1988 Trials Olímpicos de Indianápolis. Salto de longitud, 1º con 8,76 (+0,8) (La foto es de otro salto anterior)

 

1988 Trials Olímpicos de Indianápolis. 200 metros, 2º con 20″01 (+1,0) tras Joe DeLoach con 19″96.

 

17 de agosto de 1988, Zúrich. 100 metros, 9″93 (+1,1) Récord mundial igualado.

 

1988 Juegos Olímpicos de Seúl. 100 metros, 1º con 9″92 (+1,1) Récord mundial y quinto oro olímpico.

 

1988 Juegos Olímpicos de Seúl. Salto de longitud, 1º con 8,72 (-0,2). Sexto oro olímpico.

 

1988 Juegos Olímpicos de Seúl. 200 metros, 2º con 19″79 (+1,7) tras Joe DeLoach con 19″75.

 

25 de agosto de 1991, Tokio. 100 metros del Campeonato del Mundo, 1º con 9″86 (+1,2) Récord mundial.

 

30 de agosto de 1991, Tokio. Salto de longitud del Campeonato del Mundo, 2º con 8,87 (-0,2) Marca personal, tercera de todos los tiempos.

 

EL ÚLTIMO BAILE

Uno de los requisitos necesarios para ganar nueve medallas de oro olímpicas es haber ganado antes otras ocho. Y ganar cuatro medallas de oro consecutivas en la misma prueba requiere ganar los tres Juegos anteriores. Son datos de Perogrullo pero no está de más reflexionar sobre ellos teniendo en cuenta que los Juegos Olímpicos se disputan cada cuatro años. Para los atletas estadounidenses optar a esas medallas puede complicarse hasta la crueldad porque deben competir en unas pruebas nacionales de selección obligados a quedar entre los tres primeros o quedar fuera del equipo, seas quien seas, tengas las marcas o el palmarés que te tengas. Este es el reto al que se enfrentó Carl Lewis en los Juegos Olímpicos de Atlanta 96, reto que aceptó y superó.

Visto en perspectiva resulta sorprendente releer el último párrafo de su autobiografía oficial “Carl Lewis en pista. Mi vida profesional en el Atletismo Amateur”, publicada en 1992 meses después de los Mundiales de Tokio. En un curioso salto temporal concluye el libro haciendo alusión a los Juegos Olímpicos, pero no a los de Barcelona 92 que aún no se habían celebrado, sino a los de Atlanta 96 para los que quedaban casi cinco años. Y lo hace para decir que él no estará allí.

En ese momento Lewis atesoraba seis medallas olímpicas de oro y una de plata. Nadie sabía aún que en Barcelona iba a sumar otras dos, con la tercera consecutiva en salto de longitud, en un intenso duelo contra Mike Powell que se dilucidó por el escaso margen de tres centímetros. La sorpresa negativa para Lewis había llegado semanas antes en los Trials, en los que una infección de garganta le impidió rendir al cien por cien, y el plusmarquista mundial de los 100 metros, doble campeón olímpico de la distancia y triple campeón mundial (cuando se disputaban Mundiales cada cuatro años) se quedó fuera de la prueba reina de la velocidad al quedar sexto con una marca de 10”28; y fuera de la prueba de 200 al quedar cuarto por una sola centésima, 20”15 contra 20”14 de Michael Bates. Así de despiadados y/o justos son los Trials de los Estados Unidos. Por su rendimiento en el relevo de 4×100 de Barcelona y algún 100 post olímpico no me cabe ninguna duda de que si hubiera participado en el 100 tendría un oro más en su colección.

 

1992 Trials Olímpicos en Nueva Orleans. 100 metros, 6º con 10″28 (-0,7)

 

1992 Trials Olímpicos en Nueva Orleans. Salto de longitud, 2º con 8,53 (0,0)

 

1992 Trials Olímpicos en Nueva Orleans. 200 metros, 4º con 20″15 (+1,0).

 

1992 Juegos Olímpicos de Barcelona. Salto de longitud, 1º con 8,67 (-0,7) Séptimo oro olímpico.

 

1992 Juegos Olímpicos de Barcelona. Relevo 4×100: Leroy Burrell, Mike Marsh, Dennis Mitchell y Carl Lewis, 1º con 37″40, récord mundial y octavo oro olímpico.

Los Mundiales pasaron a disputarse cada dos años en 1993 y Carl Lewis, con 32, se mostró vulnerable por primera vez en la gran competición. Aquel año no hizo ni un solo salto de longitud, y aunque se clasificó para disputar el 100 y el 200 del Mundial de Stuttgart, un cuarto puesto en el 100 (10”02) y un bronce en el 200 (19”99) parecían anunciar un lógico declive de la gran estrella de los últimos doce años.

En 1994 apenas compite. Algunas carreras de relevos, contadas pruebas de 100 y un par de concursos de longitud. En 1995 también compite poco. Consigue clasificarse en salto de longitud para los Mundiales de Gotemburgo, pero una lesión le impide participar tras viajar a la ciudad sueca. En estos Mundiales emerge la figura del joven cubano Iván Pedroso, quien vence el concurso con un salto de 8,70 que lo encumbra como el digno heredero de Carl Lewis y Mike Powell.

Yo no sé en qué momento comenzó Carl Lewis a cambiar de opinión sobre su intento de llegar a los Juegos de Atlanta; sé que en 1995 ya lo tenía claro, pero en entrevistas posteriores siempre ha repetido un dato clave: si los Juegos del 96 no se hubieran disputado en los Estados Unidos él no lo habría ni intentado. La idea de competir (y tal vez ganar) en dos Juegos Olímpicos distintos en su país fue el estímulo suficiente y necesario. Lo que me resulta especialmente admirable de aquel intento por llegar a sus cuartos/quintos Juegos es que no solo se jugó un último cartucho en el salto de longitud, obviamente su mejor prueba, sino que volvió a preparar y presentarse en los Trials de selección del 100, del 200 y del salto de longitud.

 

1996 Trials Olímpicos en Atlanta. 100 metros, 8º con 10″21 (+1,1)

 

1996 Trials Olímpicos de Atlanta. 200 metros, 5º con 20″20 (+1,7)

Aún era capaz de rozar los 10 segundos y los 20”2 en las pruebas de velocidad, pero los Trials, ya lo hemos dicho y todos lo sabemos, son durísimos. En el 100 (10”10, 10”04 y 10”03 en las preliminares) se dejó ir en los metros finales para quedar octavo con 10”21. Con ese octavo puesto también se esfumaron sus posibilidades de participar en el relevo. Cuatro días antes de la prueba de 200, en la que tampoco logró plaza olímpica tras cuatro carreras en 20”30, 20”29, 20”29 y 20”20, se disputó el salto de longitud. El Carl Lewis de 1996, días antes de cumplir los 35, no era el de 1984, 1988 o incluso 1992, cuando era capaz de saltar más de 8,60 en las calificaciones y más de 8,70 en las finales. Es más, nunca, ni siquiera por error, Lewis había tenido que utilizar los tres intentos de una calificación para pasar a la final. Y eso es lo que sucedió en los Trials de 1996. Un primer intento de 7,74 y un segundo de 7,96 lo pusieron al borde del abismo. Un nulo o un salto inferior a 8 metros le dejarían fuera de los Trials y por ende de los Juegos. Un atleta como Lewis, tan poco acostumbrado a situaciones in extremis, demostró que tenía los recursos necesarios y logró el pase a la final con un salto de 8,03, con cinco atletas con mejores registros.

Ganarse la plaza olímpica en la final del día siguiente no fue fácil para nadie. Lewis acabó tercero con un salto de 8,30 en el segundo intento, detrás de Mike Powell (8,39) y Joe Green (8,34w). Soplándole el cogote se quedaron sin Juegos Mike Conley, cuarto con 8,27, Sean Robbins quinto con 8,26 en la cuarta ronda o Eric Walder (líder del año con 8,53), sexto con un doble 8,22 en la quinta y sexta ronda. Aunque el atleta que más apuros pasó aquella tarde fue el ganador, el plusmarquista mundial Mike Powell, quien no logró su plaza olímpica hasta el sexto intento, en el que con un salto de 8,39 pasó de la sexta a la primera posición.

 

El 28 de julio de 1996, con 35 años cumplidos y dando la sensación de “atleta humano” que había comenzado a gestarse en los Mundiales de Stuttgart 93, se presentó Carl Lewis a la calificación de los Juegos Olímpicos de Atlanta. Su marca del año no estaba entre las diez mejores del mundo, parecía casi uno más entre los 53 atletas a concurso. Pocos imaginaban que su objetivo era tan ambicioso como siempre: ganar un oro olímpico. Un oro olímpico que, en caso de conseguirlo, le igualaría a Paavo Nurmi, el fondista finlandés que ganó nueve oros en los años 20, y a Al Oerter, el lanzador de disco estadounidense, único atleta que había ganado cuatro Juegos Olímpicos consecutivos (1956/60/64/68). Tras haber igualado en 1984 los cuatro oros que Jesse Owens ganó en Berlín’36, el reto suponía que un mismo atleta intentaba alcanzar las tres más altas gestas olímpicas del Atletismo. Y cabe apuntar que en la final de Seúl 88 saltó 8,72 con viento en contra dejándose 18 centímetros en la tabla de batida, por lo que de alguna manera también había alcanzado en unos Juegos los mismos 890 centímetros que Bob Beamon en México 68.

Aquella calificación de un Carl Lewis maduro y humano estuvo a punto de dejarnos en la retina la imagen de un Lewis derrotado por el paso de los años. Pero solo a punto. Joe Green saltó 8,28 en la primera ronda, Mike Powell 8,20 y Yuriy Naumkin 8,21 en la segunda. Hasta Iván Pedroso, apurando la recuperación de una grave lesión, había saltado 8,05 para alcanzar su puesto en la final. Pero Lewis, tras un primer intento de 7,93 y un nulo en el que pasó de largo sin llegar a saltar, volvió a enfrentarse al abismo del cara o cruz del tercer intento por segunda vez en su vida tras lo sucedido en los Trials. Un nulo y adiós. Cualquier salto menor a 8 metros justos… y adiós.

Nadie lo sabía aún, pero en aquel pasillo de saltos no estaba un atleta cualquiera. Ante aquel tercer y último intento que lo llevaría a la final del día siguiente o al triste cierre de su laureada trayectoria estaba CARL LEWIS.

Al baile olímpico de Carl Lewis le quedaban algunos compases y sucedieron varias cosas en aquel salto. Con un viento favorable de +1.2 y una velocidad de entrada en la tabla de 38,5 kms/h Carl Lewis aterrizó en 8,29 metros, el mejor salto de la calificación. Incluso antes de la medición Lewis miró al público y extendió los brazos.

La grada enloqueció. Pero hubo algo más. En las repeticiones televisivas vimos un fotograma que, en mi opinión, debió planear por la cabeza del resto de los finalistas al día siguiente; y es que para asegurarse un salto válido, Lewis se dejó unos 23 centímetros en la batida, su salto real fue de 8,52/3. Un salto que, probablemente, no esperaba ninguno de sus rivales.

Quizá no era el extraterrestre de sus mejores años, pero todos supieron, todos supimos, que la final no la disputaría el maduro y humano Carl Lewis sino el CARL LEWIS de siempre, el de los ocho oros olímpicos y el de los ocho oros mundiales. Quien quisiera ganarle tendría que saltar mucho.

Gregorio Parra y Carlos Martín, locutores de la retransmisión televisiva para RTVE, supieron sufrir y captar la tensión de lo sucedido:

Gregorio Parra: …Y, en efecto, impresionante.

Carlos Martín: Qué mal rato les ha hecho pasar, ¿eh?

Gregorio Parra: Porque hubiera sido tristísimo, Carlos, haber visto morir deportivamente a Carl Lewis en una calificación. Para un hombre que ha sido ocho veces campeón olímpico.

Carlos Martín: Después de ver caer ayer a Linford Christie, después de, en la misma tarde, de ver lo que ha sufrido Sotomayor, si ahora se nos cae Carl Lewis yo creo que todos los mitómanos nos tenemos que ir a la cama ahora mismo; y son todavía las nueve menos cuarto en Atlanta.

Final del salto de longitud de los Juegos Olímpicos de Atlanta 96. The Last Dance. El 29 de julio de 1996 fue la fecha de El último baile, del último concurso de salto de longitud de Carl Lewis. Anocheciendo durante las primeras rondas, con la luna llena brillando en el cielo durante las últimas, y miles de flashes de cámaras analógicas iluminando la grada cada vez que Carl Lewis entraba en acción, asistimos a una extraña Final olímpica.

Durante la final el estadio fue testigo de enormes logros por parte de otros grandes atletas, como el magnífico duelo en el 400 entre Marie-José Perec y Cathy Freeman (48”25 y 48”63) durante la primera ronda; el espectacular triunfo de Allen Johnson en el 110 metros vallas con un registro de 12”95 tirando ocho vallas y golpeando nueve de los diez obstáculos durante la cuarta; y, sobre todo, la apoteosis de Michael Johnson y su victoria en los 400 metros con una marca de 43”49 durante la quinta. Pero todos los ojos y toda la atención mediática estaban puestos en el mismo atleta que en Los Ángeles 84, Seúl 88 o Barcelona 92, el atleta que durante quince años había elevado el Atletismo a otro nivel; en el ave Fénix que estaba desafiando al tiempo y a sus rivales y que había dado un inesperado y apabullante golpe de autoridad el día anterior.

Como he dicho antes, siempre he pensado que cuando Lewis demostró en la calificación que seguía siendo capaz de saltar más de ocho metros y medio, debió alterar la moral del resto de finalistas. Solo así soy capaz de explicar el rosario de saltos mediocres y nulos de casi todos en las dos primeras rondas. Lewis era el segundo atleta en saltar. Vigilando con el rabillo del ojo la dirección del viento, contrario casi todo el concurso, también falló en su primer intento, pasando de largo sin hacer el salto como en el segundo nulo de la víspera. Un desmejorado Iván Pedroso 7,75, Joe Green 7,80, Mike Powell 7,89… El único que hizo algo notable aunque inservible fue el jamaicano James Beckford, uno de los máximos favoritos por tener la mejor marca anual de los participantes, que hizo un nulo por un dedo con el que logró aterrizar en 8,40 aproximadamente.

Con tantos atletas descentrados, el francés Emmanuel Bangué aprovechó la coyuntura para cerrar en cabeza la primera ronda con 8,19.

La segunda ronda mantuvo el mismo perfil bajo. Con un salto muy controlado para no verse de nuevo en el filo de la navaja del tercer intento a vida o muerte, Lewis saltó 8,14 y se colocó 2º, pero pasó al tercer lugar cuando Mike Powell saltó 8,17. Bangué mantuvo el tipo con 8,10 y Beckford llegó a 8,02, mientras Iván Pedroso y el resto, incluido Joe Green con 7,79, parecían incapaces de alcanzar los 8 metros. Viendo que la final no despegaba, los comentaristas españoles y franceses coincidían en resaltar lo sorprendentemente pobre que estaba resultando el concurso.

Fue la tercera ronda la que sacudió las telarañas. Carl Lewis afrontó su tercer salto en tercera posición, con Mike Powell segundo y Emmanuel Bangué todavía primero. Se plantó en el pasillo de saltos, estiró los isquiotibiales, se crujió las cervicales con las manos, se tocó la camiseta, dio unos pasitos hacia atrás, dio unos pasitos adelante, se tocó la nariz, se colocó bien el pantalón, observó la dirección del viento, que era contrario, se humedeció los labios con la lengua, se concentró unos segundos más, dio otros pasitos hacia atrás, dio otros pasitos hacia adelante, fijó la mirada en el oro y echó a correr. Cada una de sus míticas 23 zancadas fue un compás de la última gran sinfonía de Carl Lewis. Llegó a la tabla a 38,7 kms/h y con un viento en contra de -1,3 dejó en la arena una marca nítida que no dejaba dudas de la distancia alcanzada.

El salto era válido. Él lo sabía antes de que el juez lo confirmara. Se dejó caer de rodillas con los brazos elevados hacia el cielo y quedó tendido en el suelo durante unos segundos. Se levantó, se llevó las manos a la cabeza y caminó con los puños levantados en complicidad con un público en ebullición. 8,50 metros. Los rivales entendieron que la final estaba prácticamente resuelta a favor del astro estadounidense.

La final quedó rota pero no era impensable que en un chispazo de inspiración alguno de los rivales mejorase ese salto. Pedroso, mermado por la lesión, se quedó en el camino. Joe Green logró controlar su temperamento eléctrico, pasó a la mejora y se colocó segundo con 8,24. Mike Powell, que ahora iba cuarto, logró un salto parecido pero su mano izquierda dejó una huella en la arena a 7,99. James Beckford tampoco lograba la inspiración de su nulo inicial, pero con 8,13 ascendía varios puestos. Ya era de noche. Con la luna llena como testigo ocho finalistas por encima de 8,06 disputarían los últimos tres saltos.

Carl Lewis se había ganado el privilegio de ser el último en saltar, si alguien llegara más allá de sus 8,50 él siempre tendría una última palabra. Durante la cuarta ronda vio cómo sus principales amenazas hicieron nulo sin dar demasiadas muestras de poner en peligro su liderato. Solo Mattias Sunneborn y Emmanuel Bangué, que seguía en tercer lugar, validaron 8,04 y 7,88 respectivamente. Lewis prefirió no saltar. La quinta ronda fue otro desastre para casi todos. En un desesperado intento, todos volvieron a hacer nulo excepto Sunneborn y Bangué, con 8,03 y 6,46. Esta vez Lewis sí saltó. En el último salto de longitud de toda su vida llegó a 8,06 (-0,7). Se me ocurre decir que 8,06 fue la marca con la que Jesse Owens ganó sesenta años antes en los Juegos de Berlín.

En cuanto al concurso en sí mismo, quizá lo más destacable de esa quinta ronda fue que Mike Powell se lesionó. Mientras Lewis saltaba su 8,06, Powell, descalzo y con el cuerpo lleno de arena, lloraba sentado en un banquillo con la mano en la ingle de su pierna de batida.

Llegó la sexta y última ronda con Lewis en primer lugar, Green segundo y el francés Bangué en tercera posición. Fuera del podio, el lesionado Powell y Beckford no encontraban la manera de darle la vuelta al concurso.

Mattias Sunneborn saltó 7,75. Aliaksandr Hlavatski hizo nulo aunque en los ordenadores apareció y desapareció un resultado de 8,20 que lo colocaba tercero. Gregor Cankar 5,33. Solamente quedaban cuatro atletas que pudieran evitar el triunfo de Carl Lewis. James Beckford consiguió hacer un gran salto que otorgaba cierta justicia al nulo de la primera ronda. El público enmudeció. Con 8,29 se situó segundo, relegando a Green al tercer puesto, sacando a Bangué del podio y dejando a Powell en quinta posición. Turno final para Mike Powell. En el pasillo tenía los ojos llorosos y la mirada perdida. El plusmarquista mundial sabía que era su último salto olímpico, su última posibilidad de ser campeón olímpico. Coincidir en el tiempo con Carl Lewis lo había relegado a la plata de Seúl 88 y a la plata de Barcelona 92. El último baile de Mike Powell fue dramático. Se lanzó por el pasillo y se la jugó al todo o nada. Fue nada. Además de nulo, en el momento del despegue se escuchó un aterrador grito de dolor. Powell cayó de bruces en el foso y ahí se quedó durante un largo rato, rebozado en la arena, llorando desconsoladamente de dolor, amargura e impotencia.

Emmanuel Bangué fracasó en su intento de recuperar un puesto en el podio, llegó a 6,87 en un salto fallido. Le quedaba una bala a Joe Green. Solo él podía estropear el último baile de Carl Lewis, pero el nervioso y gesticulante Green hizo otro nulo. Carl Lewis, sentado en el suelo, se levantó y echó a correr. Se abrazó a Joe Green y comenzó una apoteósica vuelta de honor. El estadio se venía abajo. En el Olimpo Paavo Nurmi y Alfred Oerter ya tenían quien los acompañase. Era el mismo que acompañaba a Jesse Owens desde 1984.

 

Pinceladas finas al deporte rey

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