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Juan Carlos Hernández

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MAMO WOLDE ARRIBA Y ABAJO POR EL ATAJO DE SAVIN


 


 


 


 


 

 

Atrás quedan, entre otros muchos, los nombres de Emil Zatopek, Mamo Wolde, Mariano Haro, Carlos Lopes o Haile Gebrselassie. No puedo decir que no intuyera o que no supiera nada, pero reconozco que leer en letra impresa que el Cross Internacional de San Sebastián está en peligro de extinción me ha sacudido la médula espinal.

 

Mi compañero de página Ramón Cid nos habló hace tiempo de sus caminatas desde el barrio de Amara hasta el colegio del Sagrado Corazón – Mundaiz cruzando el (ahora desmontado) puente de hierro. Yo también hacía ese camino. Dos idas y dos vueltas diarias durante nueve años. Tras pasar el puente elegías entre seguir por el lado del río, que era algo más largo y compartías los pasos con tierra, raíces, piedras, charcos y castañas pilongas, o cruzabas la carretera para ir por una acera como Dios manda. A la izquierda quedaba el río, con su fango y sus gaviotas, que salían volando si agitabas los brazos; a la derecha estaban en primer lugar las casas de los policías, y luego el PMM, Koipe y SAVIN. En la cabina de los enormes camiones de SAVIN podían verse (con suerte) fotos de chicas, y aunque jamás presencié ninguno, el puente de hierro estaba repleto de golpes de aquellos camiones que a veces necesitaban maniobrar para entrar en él. Yo, al contrario que Ramón, nunca llegué con una piedra al otro lado del río, aunque siempre sorprendía a mis amigos porque era el que más me acercaba a pesar de ser el pequeñajo del grupo.

 

Mi parte favorita del camino era la cristalera de SAVIN, que permitía ver una parte de la cadena de embotellado. Las botellas avanzaban, se llenaban de vino y las máquinas las taponaban con precisión quirúrgica. Aquello era un baile maravilloso. Recuerdo a los operarios con casco y orejeras para protegerse del ruido. No estoy seguro de si aquel ruido de vidrio contra vidrio llegaba al exterior, aunque en mi recuerdo, en mi imaginación, sigo escuchando aquella música.

 

Al pasar SAVIN te enfrentabas a “la cuesta”. Pese a estar cerca del colegio ‘en línea recta’ aún hacía falta un último esfuerzo. Pero para los más intrépidos, que no eran pocos, había un atajo, “el atajo”, un pequeño vericueto angosto y resbaladizo que restaba camino a cambio de riesgo.

 

Una tarde, yendo al colegio en la tercera caminata del día, iba yo por el lado del río. Tendría once o doce años. No había nadie a mi alrededor, ni cerca ni lejos, excepto otro chico aún más joven que me llevaba cierta ventaja. Cuando llegué a la altura del atajo me sobrecogió el inesperado ruido de un golpe seco que me entró por los pies. Miré a mi alrededor, no vi a nadie y comprendí. Crucé la carretera y allí estaba, desplomado como un saco, el otro chaval, que se había caído del atajo desde varios metros de altura. Se me erizó la piel de la nuca cuando durante unos segundos no supe si estaba vivo o muerto. Me acerqué y se levantó. No recuerdo ni una palabra aunque supongo que algo le dije. Él se quejaba de la muñeca izquierda. Se alzó la manga, retiró el reloj y tenía la muñeca abierta en canal a la altura de los tendones. No había sangre y nunca he sabido qué fue lo que brotó de aquella herida, algo parecido a una esponja amarilla que apareció como un resorte. Sí recuerdo su mirada de susto. Quizá él recuerde la mía. Vi una puerta de entrada a SAVIN y corrí cuanto pude. Tampoco recuerdo ni una palabra pero sí que un señor me hizo caso, salió conmigo, metió al chico en un coche y se lo llevó al hospital. No volví a saber de él aunque quizá me lo crucé mil veces en los años de colegio.

 

Veinte años después volví a escuchar el mismo ruido. Era de noche y yo estaba tirado en un sofá viendo la tele. Esta vez sentí la sacudida en todo el cuerpo. Miré por la ventana y no vi nada. Las pocas personas que había en la calle algo notaron también porque enseguida hubo algún grito y llamadas a ambulancias. No tuve estómago para seguir viendo la tele como si nada y bajé a la calle. La primera ambulancia sólo tuvo que doblar dos esquinas y llegó antes que yo. En un recodo oscuro yacía el cuerpo de un joven que se había tirado de un cuarto piso. Durante un buen rato, hasta que llegó la policía, me tocó el “papel” de mantener a la madre del chico alejada del epicentro. Recuerdo la angustia de aquella mujer saliendo de cada uno de sus poros, recuerdo sus ojos y recuerdo su mirada y sus lamentos. Y vuelven a temblarme las piernas sabiendo que aquel chico murió.

 

Este último párrafo ha surgido del anterior, unos recuerdos me han llevado a los otros. Como ya habrá adivinado cualquiera que haya llegado a leer hasta aquí, simplemente estoy divagando. La noticia del Cross de Lasarte me ha revuelto la cabeza porque perder algo así sería perder cultura y patrimonio guipuzcoano, que hago extensivo a las otras grandes pruebas del calendario crossístico. En 1990 la ciudad de San Sebastián le concedió el Tambor de Oro a Emil Zatopek. Unos autógrafos y estrechar la mano de una de las más grandes leyendas deportivas del siglo XX dan brillo a mi museo mental.

 

Del otro museo mental, aquel paseo a la derecha del Urumea, desde el puente de hierro hasta SAVIN, ya no queda piedra sobre piedra. Se demolió SAVIN, Koipe, el PMM, las casas. Algún plan urbanístico, o estratégico o yo qué sé, decidió en algún momento tirar todo aquello y avanzar más de medio siglo en infraestructuras. Allí se está construyendo ahora el futuro de la ciudad. Hace años que se hizo el puente de Mundaiz y otro está en camino. Las inversiones, sin duda, están siendo millonarias; los técnicos y los expertos han debido sudar tinta china. Espero que alguien esté captando la espesa alegoría que estoy soltando.

 

En la cuesta que sube al colegio hay una acera desde hace tiempo, los chavales ya no tienen que mirar hacia atrás cada vez que oyen llegar un coche. No tengo claro si el vericueto sigue existiendo o si se lo comió la hierba. Las cabezas pensantes de la ciudad han colocado ahí mismo un ascensor y una escalera, así que (si el atajo sigue operativo) ahora haría falta ser muy idiota para subir o bajar por el atajo.

 

En fin, espero que el Cross Internacional de San Sebastián, como patrimonio cultural, encuentre quienes lo gestionen con visión de futuro y quienes lo financien a pesar de los malos tiempos para esta lírica. Y no me refiero a gestión y financiación para que resucite cada año sino para que se recoloque en el mapa atlético otro medio siglo o los medios siglos que hagan falta. Parches no, futuro sí. (Parches también si no hubiera otra cosa). Ojalá pueda decir dentro de algún tiempo que este post fue una pesadilla provocada por una borrachera mental de vino. Y es que en mis borracheras mentales yo no veo elefantes rosas, yo veo a Mamo Wolde cayéndose por el atajo de SAVIN.

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