Hace un año, coincidiendo con el Festival de Cine, publiqué un post titulado
“Brad Pitt a la carrera” en el que recogía algunas películas que han utilizado el Atletismo en su argumento.
El pasado lunes volví a ver, veintiséis años después, la oscarizada “Carros de Fuego”. Sólo recordaba imágenes borrosas, que perduraban en mi memoria gracias a alguna fotografía o a conocer parte de la historia real que desarrolla. El lunes me encontré con una película deliciosa que aglutina en un guión aparentemente sencillo pinceladas de casi toda la complejidad humana. El hombre enfrentado a Dios, a la patria, a la sociedad de su tiempo, a la familia, al amor, a la ambición, a la arrogancia, al miedo, al éxito, a la muerte. Y todo ello se resume en una historia sobre Atletismo, en la necesidad de dos hombres de honrar al mundo honrándose a sí mismos explorando y explotando su talento. Como dice la sinopsis: “‘Carros de Fuego’ es un homenaje a aquellos hombres que tenían esperanza en sus almas y alas en sus pies.”
La parte histórico-deportiva del guión nos presenta las tribulaciones, antes y durante los Juegos Olímpicos de París’1924, de los atletas británicos Harold Abrahams y Eric Liddell, ganadores del 100 y el 400 respectivamente. Pero la trama se permite varias licencias para realzar el dramatismo de los hechos. Ahí van algunas de ellas.
A Harold Abrahams nos lo pintan con sed de venganza tras haber fallado en la final de los 200 metros en la que quedó sexto. En realidad la carrera de los 100 metros se disputó antes, y fue después de igualar el récord olímpico en la eliminatoria y en la semifinal (10”6) cuando entendió que estaba en condiciones de batir a los favoritos norteamericanos Jackson Scholz y Charlie Paddock. Quizá quiso vengarse a sí mismo, ya que en los Juegos de Amberes’1920 no pasó la eliminatoria del 100.
Curiosamente, Harold Abrahams no había sido seleccionado para correr ni el 100 ni el 200 en París’1924. Un mes antes de los Juegos saltó 7.28 en longitud, por lo que esta fue la prueba en la que le inscribieron. Protestó la decisión sin éxito, así que se le ocurrió enviar una carta anónima al diario ‘Daily Express’ argumentando la necesaria presencia de Harold Abrahams en las pruebas de velocidad. La jugada le salió bien porque finalmente participó en el 100, el 200 y el 4×100, donde obtuvo la medalla de plata (olvidada en la película).
En una escena crucial, el devoto Eric Liddell se entera por boca de un periodista de que las eliminatorias de los 100 metros se disputan en domingo cuando está subiendo al barco que lleva al equipo británico hasta la costa francesa. Ya en el barco toma la decisión de no correr en el día del Señor. Lo cierto es que Eric Liddell conocía el dato desde seis meses antes, y su renuncia a correr sólo afectó al equipo en el sentido de que él era el plusmarquista nacional de las 100 yardas (sus 9.7 encabezaron treinta y cinco años esa lista). Lo que hizo fue preparar a conciencia la prueba de 200 metros, en la que ganó el bronce (omitido en la película), y la de 400 metros. Todas las escenas dedicadas a este asunto de la renuncia son ficción.
En la película aparece un personaje secundario pero importante llamado Lord Andrew Lindsay, quien tras ganar una medalla en los 400 metros vallas cede su puesto en los 400 metros lisos para que Liddell no se quede sin participar en los Juegos. Este Lord es una recreación de Lord Burghley, VI Marqués de Exeter, que ganó la medalla de oro en los 400 metros vallas de los Juegos de Amsterdam’1928 y fue cuarto en los de Los Ángeles’1932 (y presidente de la IAAF desde 1946 hasta 1976), pero que fue eliminado en la primera ronda de los 110 metros vallas en los de París’1924. Quizás hacía falta un aristócrata para irrumpir en la escena en la que el príncipe de Gales intenta convencer a Liddell de que corriera en domingo. No sé.
Aunque Lord Burghley no tiene nada que ver con el personaje de Lord Andrew Lindsay en París’1924, su presencia en la película está justificada de alguna manera. Según parece, Lord Burghley no dio su consentimiento para que utilizaran su nombre debido a la inexactitud del guión y por las tendencias izquierdosas de Hugh Hudson, el director. La venganza de la película, aunque no sé si esta era la inexactitud que no convenció al marqués, llegó en una de las escenas más famosas, ésa en la que Harold Abrahams se convierte, después de 700 años de Institución, en el primer alumno de la Universidad de Cambridge que consigue dar la vuelta al patio del Trinity College antes de que la campana dé su décimosegundo tañido, honor que en realidad pertenece a Lord Burghley, que lo consiguió en 1927.
Otro afectado por los caprichos del guión fue el norteamericano Jackson Scholz, ganador de los 200 metros y segundo del 100. En la película, antes de dar la salida a la final del 400, Scholz se acerca a Liddell y le entrega una nota: “Está escrito en la Biblia: a aquel que me honre, yo le honraré”. Cuando se estrenó la película en 1981, Jackson Scholz recibió centenares de peticiones de mensajes religiosos, y el hombre, ya octogenario, acabó dando una rueda de prensa para aclarar que él no tenía nada que ver con aquello. La nota, que sí debió de existir, se la dio un masajista a Eric Liddell. Si bien es verdad que en los agradecimientos de los créditos finales citan, por su ayuda y sus consejos, a la hermana de Liddell, Jennie Liddell, y al propio Jackson Scholz, así que quién sabe si fue él mismo quien se metió en el lío.