No es que piense que los europeos de Europa sean mejores que los españoles de España, pero que son diferentes (ellos, no nosotros) es más que evidente.
Lo constato en un bucólico camping situado a pocos kilómetros de la frontera pirenaica. Al borde de un lago, entre pinos y dunas, con las mimosas resplandecientes y los brotes primaverales despuntando en los árboles, se sitúan unas cuantas autocaravanas de matrícula extranjera. Algunas francesas, otras belgas, suizas o alemanas, todas ellas con un denominador común: sus inquilinos tienen más de cincuenta años.
Con su motito o las bicicletas ancladas en la trasera, su inevitable perro como animal de compañía (que no mascota), están, a la hora de nuestra siesta, tranquilamente tomando el sol o leyendo a la sombra. Por la mañana, son los que primero han desayunado en su mesa al aire libre y mientras los peor acostumbrados nos desperezamos, ellos ya han salido a pedalear o patear los bosques circundantes. Comen, toman el té y cenan sin armar bulla, si acaso con una música en sordina que no molesta a nadie. Saludan amablemente al cruzar su mirada con la tuya e irradian paz y tranquilidad.
Algunos, los menos, colocan una pequeña antena parabólica en el trozo de jardín que ocupan. Se mueven poco pero no tienen el aire de estar cansados, más bien parecen querer absorber cada rayo de este rico sol primaveral, convertir su vida cotidiana en un continuo dolce far niente.
Son parejas mayores, algunos de más de setenta años. Nos miran un poco extrañados, con una mirada cómplice, acaso pensando que también nosotros hemos tenido la suerte de empezar a disfrutar de la vida…
En fin.
LaAlquimista
Foto: C.Casado (Mimizan. Lago)