Esa es la escalofriante cifra de desplazamientos que se prevé para Semana Santa, todos conduciendo para ir de acá para allá. No, si a mí también me gusta moverme, cambiar de aires, viajar, pero de ahí a meterme en la vorágine todos juntos a la vez va una distancia. Cada vez me da más miedo lanzarme a la carretera con el coche y no porque esté perdiendo facultades –que seguro que también- sino porque la vida es ya de por sí lo suficientemente corta…
Todos con prisas, cansados ya antes de salir por haber tenido que hacer el equipaje, distribuirlo como dios nos da a entender, asustados de antemano pensando en los “¿falta mucho?”, “tengo que hacer pis” y “me mareo, voy a vomitar” que vienen casi siempre del asiento de atrás. Encontrarte agarrotada después de 4 ó 5 horas (en el mejor de los casos) de volante, sin comer como es debido, sin tomarte una caña, asustada de esos que te adelantan cuando tú ya vas a 150…
Terminé con esa pesadilla hace ya muchos años; ahora viajo en tren, en autobús o en avión y cuando llegan las fechas fatídicas, como estas que se aproximan, procuro moverme antes o después y esos días descansar en casita tan ricamente disfrutando de la que me he librado.
No todo el mundo viaja aprovechando los días festivos porque no le quede otro remedio, no, sino porque es la costumbre. ¡Cómo te vas a quedar una Semana Santa en casa!. Pues ‘agustamente’…y luego cuando ya hayan vuelto todos y el horizonte esté despejado, entonces y sólo entonces, cerrar la puerta suavemente y con la mejor compañía que pueda imaginarse, caminar otros senderos.
Si es que me gusta ir contracorriente…ahora que puedo hacerlo impunemente.
En fin.
LaAlquimista