Ayer por la noche el ascensor de mi casa parecía estar enloquecido; una actividad febril le llevaba a subir y bajar continuamente, los vecinos volvían de sus vacaciones de Semana Santa. Se acabaron las veladas silenciosas y tranquilas, de nuevo los televisores atronaron, el portazo cotidiano me devolvió a la realidad. El hormiguero recibe a sus hormigas de siempre y despide a las que estuvieron de visita.
Hoy, a partir de las 7 de la mañana, me despiertan las cañerías, el olor a café, el tráfago de los coches, la radio que da la hora y el estado del tráfico en nuestras carreteras; ya han vuelto todos –o casi todos-, la vida sigue igual.
De nuevo la prisa, las caras cansadas, la preocupación en el ambiente, las críticas en el bar, reponen los yogures en el súper, suenan las bocinas de los autos conducidos por los siempre estresados, volverá –me temo- a sonar el teléfono para venderme servicios desde Sudamérica, la vida sigue igual.
Pero yo tengo mi calma renovada, mis silencios encontrados, dos nuevos libros leídos, lo que he escrito, lo que he sentido, el placer de haber compartido el sosiego, la paz, la luz de estos días nuevos de esta nueva primavera. No me he movido de mi sitio –ahora que por fin lo he encontrado- y he observado lo que hay a mi alrededor; detenidamente, con calma demorada, perfilando cada contorno y cada sombra, mirando mis manos y lo que ya no contienen, sintiendo la vida despacito, sólo para mí.
Me siento moderadamente feliz, así que –supongo- la vida sigue igual.
En fin.
LaAlquimista
Foto: C.Casado