Domingo, dos de la tarde, terracita frente al mar, dos parejas desperezándose todavía, placer de dioses. (Camarero extranjero –yo no digo inmigrante-) -“¿Qué toman?” “Dos cañas, dos bitter cinzano y unas aceitunas”. “No, nooo –atajan ellas al unísono- bitter ‘sin’, y nada de aceitunas, que estamos de operación-bikini”.
Ya estamos con la tontería de cada año. Ellos amagan una risa y –sabiamente- miran al mar. Servidora, que está en la mesa de al lado con su copa de Rueda y su ración de croquetitas, saca antena y periscopio y empieza a tomar nota.
Ellas parecen hermanas, digo que lo parecen porque seguro que no lo son, pero sí son del mismo estilo: blusón pseudo hippie, leggins y esas horrendas sandalias que parecen botas a las que les han mordido la puntera. De unos setenta y cinco/ochenta kilos en canal cada una más o menos. (Ellos ganan por goleada, que conste).
“Y tú, ¿cómo lo llevas?” –le dice la una a la otra. “Yo, bien, de cine ¿y tú? “Pues, también, muy bien”. “¿Y cuándo os vais?” –ellos han abierto El Pais por la zona de deportes- , “El día 15, entramos al apartamento el 16 y en cuanto llegue me voy a poner morada de pescaíto y calamares de campo y manzanilla, que estoy hasta el gorro ya de lechuga y pechuga a la plancha”, dice con un punto de rabia la más rubia. “Hija, mujer, hay que sacrificarse un poco ¿no?”
-apunta tímidamente la menos rubia-.
A mí se me cae al suelo el periódico y molesto al recogerlo. Me miran, les miro, nos miramos. Les sonrío abiertamente. Llega el camarero con sus bebidas. –“Oye, chaval, y tráenos también una ración de esas ‘cocretas’ que tiene la señora de al lado”.
En fin.
LaAlquimista