Casi todos los escritores que conozco, en algún momento del proceso de creación, se ven asaltados por sus propios personajes, padecen una especie de motín en el que ellos –los personajes- actúan por cuenta propia haciendo lo que les da la real gana y no lo que el autor había pensado previamente que debían hacer. Lo dicen Marguerite Yourcenar, Jorge Amado, García Márquez y –en el libro que leo ahora- Marina Mayoral (“Casi perfecto”).
Y me asalta un escalofrío incluso al sol de la tarde que calienta mi habitación y mis huesos. Si lo ficticio, los personajes de una novela, que no existen más que en la mente de quien escribe, cobran ‘vida’ a expensas de su creador y con esa vida un albedrío que les corresponde por derecho…¿por qué hemos de extrañarnos de las contradicciones que se dan entre nuestros pensamientos y nuestros actos?
Porque a veces una decide que va a cantarle las cuarenta al lucero del alba y cuando está en su presencia sale otra cosa o no sale nada. O los esquemas perfilados durante toda una vida de presumible coherencia se esconden y no hay quien los encuentre cuando más falta hace. Y empiezo a recordar situaciones, hechos, momentos, coyunturas en las que ‘mi personaje’ se ha impuesto sobre ‘su autor’, es decir sobre mi ‘yo’ y ha hecho de su capa un sayo y me ha dejado a mí con cara de estupor y sin saber dónde meterme.
Claro, claro que a eso se le llama inconsciente, subconsciente o como le digan ahora los psicólogos, pero la lectura que yo hago (y que también hace mi personaje) es que mi vida nunca ha sido lo que yo pensaba de ella que debía ser, que alguien ha actuado ‘por su cuenta’ y ha dado varios golpes al timón justo cuando parecía que este enfilaba una dirección inmutable. Y así son las cosas, como sé que no puedo hacer lo que yo quiero sino que estoy expuesta a las veleidades de mi ‘alter ego’, me voy a tomar un buen café –doble- para hacer las paces con él.
Porque hay que respetar la voluntad del personaje.
En fin.
LaAlquimista