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Cecilia Casado

A partir de los 50

Porqué mis vecinos me miran mal (o ¿soy ya una vieja gruñona?

Siempre he sido muy sociable y eso lo sabe quien ha pasado alguna vez cerca de mi órbita, que soy de las que se enrollan como las persianas y lo mismo le doy palique al que vende cupones (aunque yo no los compre) que intercambio sesudos comentarios políticos con mi pescatera favorita, que dicho sea de paso, sabe de política mucho más que yo.

El caso es que cuando voy a mi ‘txoko-zen’, donde me refugio cuando de verdad de verdad quiero aislarme un poco del mundanal ruido, sin teléfono (fijo) ni televisión (de ningún tipo), con las ventanas heridas por las ramas de algún árbol que nadie ha consentido en podar –todavía-, y una esquina de la terraza reservada a las hormigas y varias familias de gorrioncillos a los que no les molesta mi teclear ni mi silencio, me curo de algunos males y otras heridas sin molestar a nadie. Lo malo es que pretendo –soy una ingenua irredenta- que nadie me moleste a mí.

Y aquí hacen aparición por el lado izquierdo del escenario mis vecinos.
No hay muchos y no son siempre los mismos. Algunos entran y salen al son de los contratos de alquiler; otros viven todo el año en este espacio habitable donde el bar más cercano está a varias manzanas de distancia, donde hay que ponerse las zapatillas de deporte para ir a comprar el pan, un sitio en el que por la noche da hasta un poco de miedo estar sola.

Mis vecinos me miran mal porque yo les miro mal a ellos cuando sus perros –uno por vecino, qué exageración- saltan al jardín (‘mi’ jardín también) y se lo hacen “todo” sin cortarse un pelo –por parte del dueño, pobre perro, qué culpa tendrá-. Ahí entro yo con mi katana (imaginaria, pero afilada) y les digo que, hombre, por favor, que la hierba es para otra cosa.

Mis vecinos me miran mal porque yo les miro mal a ellos cuando estoy leyendo en el jardín (‘mi’ jardín) y deciden ponerse a saltar a la piscina dando volteretas, gritos, aullidos y, lo que no soporto, llenándome las páginas del libro de agua. Todo esto…¿a qué hora, eh, a qué hora…? Pues a la de la siesta.

Luego están los ‘lolailos’ a la 1 de la mañana que yo compenso con mis arias (bueno mías, no, de Lisa della Casa) a la hora del desayuno; también hay algún que otro roce porque no se dan cuenta de que MI plaza de parking es para mí, no para su ‘fragoneta’. Esa falta de sentido de la propiedad –ajena- queda compensada con mi tendencia (últimamente) a robarles las flores de su jardín que se desparraman por doquier (jazmines y buganvillas).

Está visto que mi espíritu urbanita convivencial tiene mucho que mejorar todavía o ¿es que me he convertido ya en una vieja gruñona?

En fin.

LaAlquimista

Foto: C.Casado

Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


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