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Cecilia Casado

A partir de los 50

La vida contemplativa no está hecha para mí

   

Dicen que conforme pasan los años y se van viviendo intensamente las personas medianamente inteligentes aprenden a compartir los días con las propias contradicciones, como si fuera esa falda vieja y pasada de moda a la que tenemos tanto cariño. Afortunadamente, tengo mala memoria y ya no me acuerdo apenas de que hace un mes dije que me retiraba a mis aposentos a reflexionar y embeberme en las puestas de sol de otro mar.

Pero el sábado fui a la playa. Teniendo en cuenta que hay como diez kilómetros de arena longitudinales y que toca a dos metros cuadrados por individuo (más que en La Concha, que conste), yo, que soy de letras, hice un cálculo rápido de los miles y miles de ciudadanos de este u otros países que tenían la intención de compartir la arena con mi sorprendida persona. Pero… ¿de dónde ha salido toda esta gente? Si hace tan sólo 3 días estábamos el del tambor y servidora, unos cuantos pescadores vespertinos y para pedirle que te extendiera la crema protectora al vecino había que levantarse y hacer señas con la mano…

Como estaba sin reloj ni calendario, sin agenda ni televisión, los días –benditos ellos- despertaban por el jardín y se iban a dormir por la terraza y en el mientras tanto yo no me daba cuenta de nada que no fueran mis libros, mis paseos, mi silencio y mis tareas internas y personales. Pero llegó el cambio de tercio, pasó de ser 30 de Junio a ser 1 de Julio y alguien dio el pistoletazo de salida y todos han venido en esta dirección. Si fuera una neurasténica diría que persiguiéndome, pero sé perfectamente que es tan sólo porque el personal coge las vacaciones a toque de corneta: del 1 al 15 y del 15 al 30. Salirse de la norma parecería excentricidad imperdonable.

Un hotel rebosa extranjeros rubios y sonrosados en edad de no trabajar; el de al lado rescata las hamacas de sus catacumbas invernales y escalona un camino por el que no puede perderse nadie desde el comedor hasta la orilla del mar. En color amarillo. El hotel de más allá, gusta del color azul. Velomares, patines y chuflas varias aparcan en la arena entorpeciendo el paso. Han traído unos cubículos azules con unas grúas rojas y los han depositado estratégicamente junto al paseo, para los alivios del gentío.

Abuelos con nietos, padres con hijos, niños, muchísimos niños y todos con la necesidad imposible de refrenar de gritar en todo momento: al entrar al agua, al salir del agua y mientras están en el agua. Las chinas ofrecen masajes, las senegalesas trencitas, y los inmigrantes subsaharianos bolsos, vestidos, gorras, perfumes y gafas de sol. A partir de la 1 todos los chiringuitos hieden a fritanga y los aceites bronceadores con olor a coco no se diferencian apenas del olor de los pescaítos.

Y me asalta una nostalgia tamaño XXL del asfalto conocido en vez de la turba por conocer. Soy de impulsos, casi nunca me fallan, así que regalo las plantas, me bebo la última botella de Lambrusco y hago las maletas. A ver si tengo suerte y recalo en mi tierra con unas buenas brumas matinales que me levanten la moral y me devuelvan el buen humor.

En fin.

LaAlquimista

Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


julio 2010
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