Me hacía falta renovar mi equipo de andarina urbanita así que decidí ponerme a ello a pesar de la pereza y el punto neurótico que me ataca cada vez que tengo que meterme en una gran superficie; pero las leyes del mercado no las hago yo y prefiero comprarlo todo de una sola vez invirtiendo en la maniobra la menor cantidad de tiempo posible. Ir de compras, cuando es una necesidad, me pone de los pelos.
Decidí ir el sábado por la mañana pensando que, al ser fin de mes de Julio y hacer un tiempo playero, estaría todo el personal disfrutando de la gratuidad del asunto, pero marré el tiro: descubrí que era festivo. (Si hubiera estado trabajado a este rato se me escapa a mí una fiesta). Así que lo dejé para el lunes para horror de mis nervios y angustia de mis entretelas. Creo que me cogió la operación salida porque tardé casi veinticinco minutos recorrer los 5 kms. que separan mi domicilio del lugar de destino. Al tener que recorrer todo el aparcamiento para hacerme con un sitio al fondo a la izquierda sopesé si no sería mejor dejarlo para otro día; pero como ya hubiera sido la tercera intentona, decidí armarme de valor –de auténtico valor- y adentrarme en el caos.
Yo soy de las que compran por disparo; es decir, echo un vistazo y donde pongo el ojo pongo la bala. En un pispás ya lo tenía todo en el cestillo; los pantalones me los probé por debajo del vestido, las zapatillas haciendo equilibrios sobre un sola pierna y el resto a ojo de buen cubero. Sorteando niños, carros y más niños llegué a la cola para pagar. Normalmente siempre llevo un libro de bolsillo para situaciones de emergencia y me leí dos capítulos enteros. No problem. (Acopio de mis últimas reservas de filosofía Zen).
Cuando me tocó el turno mi cestillo con el material elegido había desaparecido. Una trabajadora del centro, encargada de ir recopilando los cestos que el personal abandona, había retirado el mío de entre mis piernas sin advertirlo yo ni darse cuenta ella de que en su interior estaban mis pretendidas posesiones.
No me gustan las broncas ni los numeritos, pero le dije a la cajera que o recuperaba mi cestillo o de allí no me movía. La buena chica insistía en que “hiciera la compra de nuevo”… vamos, como si sales del dentista después de que te ha arrancado una muela y te dice que se ha equivocado y que vuelvas que te va a sacar la correcta… Encontraron el corpus delicti encastrado debajo de otros tantos cestos en una pila monumental. Volví a casa con la sensación de haber estado abducida durante un par de horas, casi feliz de recuperar mi mundo tranquilo.
Esta mañana llueve inclementemente y no podré salir a estrenar mi equipo. Lo de Darwin es teoría, pero lo de Murphy es Ley.
En fin.
LaAlquimista