Lo bueno de las vacaciones es que una sueña de antemano, proyecta e idealiza sus deseos (o necesidades) y esa ilusión se traduce en un delicioso anticipo de lo que luego será –o no- la realidad. Pero siempre habrá un tiempo para la sorpresa, el imprevisto o la estupefacción y es entonces, y sólo entonces, cuando es puesta a prueba nuestra flexibilidad y la capacidad de adaptación.
Me despierto en la mañana con la placidez de no saber cómo será mi día, sin rutinas ni previsiones, con las ganas ilesas todavía y oteo el horizonte, escucho a los pájaros y dejo que mi cuerpo me hable y me diga qué le hace falta. (Últimamente pide cosas curiosas, pero esa es otra historia). Hoy me ha apetecido quedarme a escribir en la terraza y pasar mis apuntes manuscritos al ordenador. El programa Spotify me provee de cuanta música añadida me demanda el espíritu. Es un cuadro en suspenso, cuasi perfecto.
Al cabo de un rato pasa un coche; frena bruscamente y su conductora se apea –justo a los pies de la terraza, al otro lado del jardín- enarbolando su teléfono móvil. Habla disgustada, su interlocutor debe ser un hombre –no sé por qué pienso eso- pero su tono de voz va in crescendo por momentos. Me desconcentro de mi tarea –cómo no hacerlo- y decido esperar a que termine con su explosión de verborreico disgusto. Pero no, es manantial que no cesa. No puedo evitar oír sus palabras aunque me niego a escuchar, no me interesan las cuitas ajenas. Transcurridos quince minutos –que se dice pronto- la ciudadana en cuestión sigue paseándose calle arriba, calle abajo, veinte pasos hacia el norte, veinte pasos hacia el sur, en un continuo sufrir oratorio para ella y para quien le escucha. La voz sube de tono irritantemente, tanto, que me asomo y le hago gestos con la mano de que, por favor, chille más bajo. Me mira, asustada, seguro que pensaba que no había nadie alrededor, y me hace un ademán de “qué pasa tía, estás tonta o qué” que interpreto perfectamente.
Subo al máximo el volumen de mi ordenador y le pongo de fondo el Concerto Grosso opus 6 Num.4 IV Vivace de mi amado Corelli interpretado por I Musici y me retiro a mis aposentos. El encanto de la mañana se ha roto y debo sustituirlo o aceptar el disturbio, así que decido aprovechar para poner la lavadora y solventar algunas menudencias domésticas que me llevan otro buen cuarto de hora. Cuando regreso a la terraza, la mujer parece estar al borde de un precipicio verbal insondable. Gesticula con el brazo que le queda libre, manotea el aire, preveo lo peor al alcance de mi sensibilidad, así que, en un gesto generoso de evitar una tragedia, le grito yo a mi vez, -estoy una altura por encima de ella- y se vuelve, me escucha, tapa un momento el auricular y me mira retadora: “¿qué pasa?” – me espeta, “nada, le digo, que por mucho que le chilles tu novio no va a volver contigo”.
Cerró el móvil con tanta fuerza que si se llega a pillar un dedo se lo amputa, se metió en su coche con furia, arrancó y a la vez que metía la primera y aceleraba su utilitario como si fuera un Porsche, asomó media cabeza por la ventanilla y me gritó: “!!!Pues tu música es una mierda…¡¡¡
Todavía estoy recuperándome.
En fin.
LaAlquimista