Es todo lo que necesito para desayunar y ponerme las pilas; bueno, y una rica taza de té con azúcar. Es cosa pasada aquellos cafés apresurados, tomados de pie mirando por la ventana de la cocina, intentando calibrar si sería capaz de afrontar una nueva jornada laboral. Uno de los mayores placeres de mi nueva vida consiste en darme el tiempo necesario para tomar mi primera colación en las condiciones que se me antojan; elegir la música que va a inaugurar mi día (de momento no he sido capaz de dejar de escuchar algo clásico), cortar dos buenos trozos de melón o de piña, comérmelos despacito sintiendo cómo se deshacen en mi boca, un momento suspendido en el tiempo. (Serenata D-957)
Entretanto se ha ido tostando el pan –sólo por un lado- y calentado el agua para el té (un Earl-grey suavecito). Como si fuera el mejor vino tengo apartada mi garrafita de aceite de primera prensa, más virgen que la de Arantzazu, y el hecho de verter el chorrito de la aceitera de cristal es el punto culminante del pequeño ritual alimenticio. La taza de líquido humeante y el pan brillante: ¡qué motivo para un cuadro!
Lentamente, muy lentamente mastico este pequeño manjar. (Moment Musical in F Minor).
No sé si es la fruta y el pan con aceite, la música que lo acompaña o ambas cosas, pero garantizo que con esta dieta para el desayuno nadie puede dejar de sentirse mínimamente feliz. Ah! Y engorda, faltaría más…
En fin.
LaAlquimista