Pasan los años y aunque pensemos que ya estamos de vuelta de casi todo y poco nos queda por aprender, la vida, con sus situaciones nimias y cotidianas, nos mete el dedo en el ojo a los que nos las damos de “listillos”. La mayoría de las veces es sumamente difícil ser coherente con el propio discurso, nos alimentamos de contradicciones que están ahí, son nuestras, llevan demasiados años durmiendo en la misma cama.
¡Qué bien aprendida tenemos la lección de conceptos tan básicos como libertad, dignidad e individualidad! Sin embargo, cuántas veces ocurre que las dejamos de lado durante un rato por aquello de lo que es “políticamente correcto”.
Si son proyectos de trabajo, hermanos de nuestro desarrollo intelectual, que necesitan empuje continuo, nuestro y del entorno, si necesitamos que salgan adelante y para ello contar con beneplácitos ajenos…qué miedo a decir “no”.
Si son proyectos vitales, hijos de nuestra más profunda esencia, necesitados de toda la energía en nuestro haber, interrelacionados con otras personas humanas, sustentándose en opiniones ajenas muchas veces…qué miedo a decir “no”.
Y en el amor, en la amistad, en la camaradería, donde también es preciso mantener un reducto íntimo, sagrado, personal e impoluto, donde crecen afectos y apegos, cariños y dependencias…qué miedo a decir “no”.
– “No, lo siento, no puedo darte lo que me pides”. “No, lo lamento, no tengo la disposición de ánimo adecuada para hacer esto”. “No, no es buen momento, no creo que pueda ayudarte ahora.”
Todos estos “noes” son los que nos liberan de nuestras propias cadenas y tienen la capacidad de poner límites a las demandas egoístas, a los chantajes afectivos, a los compromisos ineludibles y, sobre todo nos ayudan a recuperar una solidez que, como todo, con el uso, se ha ido desgastando.
Nunca es tarde para quitarse un miedo. Aunque nos pongan morros. Aunque nos llamen raros.
En fin.
LaAlquimista