En el siglo pasado, cuando se quería tirar la piedra y esconder la mano o si alguien era tan cobarde o miserable como para no atreverse a decir las cosas a la cara, se escribían cartas. Luego vino el teléfono y por lo menos el agresor tenía que enviar la ofensa mediante la voz –que algo es algo-; pero con la tecnología hemos avanzado tanto, pero tanto, tanto, que ahora ya puedes decirle a tu marido (o a tu esposa): “t espero Juzgado d Familia nº3, lunes 2 , 10 am.” Y ni siquiera es un telegrama. Y ni siquiera hay que firmarlo.
Los “sms” han sido inventados para los cobardes, para dar la oportunidad de comunicar noticias malas directamente desde las alcantarillas. Sé de alguien a quien su pareja le informó que le dejaba por otra persona –después de varios años- de esa forma miserable. También conozco a quien le felicitaron por su cumpleaños con un mensajito y punto pelota. La cosa no sería grave sino fuera porque la persona que lo hizo era su novio y acababan de volver de vacaciones: ni regalo, ni flores, ni cena, ni rien de rien. (Por lo menos la buena mujer lo tuvo claro y le mandó a donde ponen columpios).
Los empresarios todavía no han descubierto la utilidad encubierta: “Ultimo día contrato 26 Sept. Pase por caja”.
Aunque también están los útiles: “Llego tarde. Véte tú sola al cine” o los graciosos: “Kiero tortilla d patatas para cenar” o los cariñosos y breves: “tqm”. Que no todo va a ser denostar la tecnología, aunque preveo una futura generación con el pulgar hiperdesarrollado como un bulbo de patata.
Pero cuando una persona es tan poco digna que se esconde detrás de la triste pantalla de un teléfono, cuando alguien se saca de encima la molestia sin aspavientos, cuando se le falta al respeto al otro haciéndole ver que ni siquiera se le considera merecedor del gesto, de la voz, de la presencia y se dicen cosas importantes mediante esos mensajitos, cuando se da validez social (que no legal) a ese tipo de paupérrima comunicación, se está haciendo merecedor a su vez de recibir un “sms”, sólo uno, escueto, contundente, definitivo. Y seguro que el Universo encontrará la forma de hacérselo llegar.
En fin.
LaAlquimista