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Cecilia Casado

A partir de los 50

“Hogar, dulce hogar” (pero menos)

“Hogar, dulce hogar”, es lo que se dice cuando se vuelve a casa después de haber estado fuera una temporadita. No está mal eso de recobrar el colchón al que están hechos los huesos, ni que te sonrían desde el piano (quien tenga piano) las fotos de tus amores; también se agradece –aunque no tanto- recuperar el rito de la cisterna cantarina o la tele del vecino y su teletienda de la madrugada. Son los puntos de referencia necesarios para saber que seguimos siendo nosotros porque ése sigue siendo nuestro hogar.

Aunque algo empieza a cambiar en mi interior y estoy intentando saber a qué se debe. Porque descubro que el piso en el que habito desde hace veinticinco años tiene demasiadas mañas; creo que ha desarrollado una personalidad característica, que se viste de energías propias, que tiene un aroma especial –y doy gracias de que no huela a coliflor-. Me detengo en cada habitación: ésta es la de la pequeña, que primero fue de la mayor; ésta es la de la mayor que ahora es la de escribir o pintar. Siguen algunos peluches por las esquinas, el póster del Che y la foto de Doisneau, libros de texto, lienzos sin enmarcar, una bufanda de la Real con la lana desgajada y otros mil recuerdos a los que no puedo quitar el polvo a diario.

Mi dormitorio, con la misma cama que cuando me vine a vivir aquí, cuando sólo teníamos el colchón y el sommier, una mesa de camping con dos sillas, un giradiscos con docenas de vinilos y tres cajas grandes llenas de libros. Luego le fuimos, poco a poco, metiendo estanterías por doquier, rellenando armarios, tejiendo alfombras, pintando del color de la vida las paredes y dejando que ésta pasara por encima de todos nosotros.

Esta casa mía es como mi segunda piel. Pero se aproxima el otoño y, servidora, por estas fechas, muda la piel. Por supervivencia, por higiene mental y por pura necesidad anímica. Ahora que mi vida ha cambiado, ahora que he escogido otro personaje para seguir jugando a interpretarme a mí misma, debo cambiar el decorado, buscar otro atrezzo, virgen, que se vaya llenando poco a poco de mis nuevas energías y deje las viejas en el baúl de las nostalgias perdidas.

Voy a llamar a mi agente inmobiliario.

En fin.

LaAlquimista

Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


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