Hace dos días que no está; después de más de dos años viviendo el tiempo a mi lado, levantándose conmigo por la mañana y dedicándome su último guiño en la noche, me ha abandonado. Sin explicación alguna y sin que yo tenga conciencia de haber hecho algo malo para perderlo. Como un amante traicionero, ha aprovechado la confianza que le daba y, en cualquier esquina, ante un descuido mío, ha saltado a la vida para apagarse lejos de mí.

Se ha llevado en su interior secretos de los inconfesables, la llave de algunas puertas imposibles de abrir, mis imágenes más queridas, las estampas que compartían mi soledad, unos cuantos susurros amantes y la lista entera de mis amigos. ¡Cómo pude confiar tanto en él…!

Sé que no lo he perdido, sé que no me lo han robado, por eso duele más. Se ha ido por voluntad propia, harto –quizás- de soportar tanta palabrería, cansado de mis risas y mis llantos, de algunos gritos, de muchos silencios.

Ya me venía avisando; últimamente me hacía guiños que no supe interpretar. De repente exhalaba un pequeño gemido y se ponía como en trance; dormía a deshoras o me hacía cosquillas de una forma desaforada cuando lo llevaba cerca de la piel. Estaba raro y no supe darme cuenta. O quizás es que no quise.

Es rojo pasión, mide dos megapíxeles y pesa lo que una poesía de amor: mucho si eres tú quien la escribes, poco si es a ti a quien se la dedican.

Me pasa con los móviles como con algunos amores: que son buenos mientras funcionan. Ahora tengo que ver si le echaré de menos.

En fin.

LaAlquimista