Ayer conté mi última ruptura amorosa o el abandono de mi teléfono móvil, que ahora sé que no se fue con otra sino a vivir su propia vida lejos de mí. Yo es que llevo muy mal lo de que me abandonen –y a ver quién no- por eso quise insistir y decirle algo para que volviera.
Le llamé varias veces y se hizo el sordo –como si no supiera que era yo quien llamaba-, utilizó todas sus mañas: se puso comunicando, en espera, fuera de cobertura y, finalmente, desconectado. Agotado más bien, sin fuerzas, así los dejo yo. Sabía que cuanto más insistiera menos proclive a volver estaría, que los teléfonos móviles, como los hombres, como los automóviles, si les das demasiado al arranque acaban gastando la batería. Se quedan “muertos”. Plof. Kapputt.
Dicen que “a rey muerto rey puesto”, pero no soy capaz de ser tan expeditiva, tan pragmática, tan drástica. Igual es una pataleta pasajera y vuelve y entonces… ¿qué hago yo con dos… teléfonos móviles? Pero ¿espera que le espere sin hablar con nadie? ¿Cree que voy a quedarme en casa al lado del teléfono fijo –ése sí que es fiel, bien anclado a la pared que lo tengo- que tan pocas alegrías me da? Yo necesito un buen móvil, de última generación –el mío estaban a punto de retirarlo de catálogo-, que me de buenas “prestaciones”, siempre dispuesto, con recarga de batería ultra-rápida y chulo y fardón.
No sé qué hacer. Llevo dos días sin atreverme a salir de casa por si me llama alguien.
En fin.
LaAlquimista