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Cecilia Casado

A partir de los 50

Ponga un chándal en su vida

Yo no he tenido un chándal en mi vida; no porque sea una pija glamorosa sino porque, cuando niña, cuando lo podía haber usado para, no sé, hacer deporte en el colegio (ah, que no hacíamos deporte en el colegio de monjas…), bueno pues para ir al monte con las scouts de la época (que no, que íbamos con unos pantalones de pana en invierno y de algodón en verano –bien decentes ellos-), pues que no había chándales, apenas vaqueros, que los íbamos a comprar “al otro lado” –eso las que convencían a sus padres para que se gastaran una pasta en aquellas lonetas descoloridas-, y como de lo que se mama se cría, he pasado los primeros cincuenta y tantos años de mi vida utilizando los vaqueros como si fueran el comodín mágico: (como el tampax del chiste) para ir de viaje, para ir al monte, para bailar y para caerme de la moto.

Unos éramos de los Rollings y otros de los Beatles. Con la ropa pasaba lo mismo.

Esa prenda nefasta, el dichoso chándal, era el símbolo de la comodidad hortera entre las de mi generación, aunque ahora venga la filosofía a echar por tierra razones enjundiosas y válidas durante lustros. ¿La filosofía? Sí, la mía.

Desde hace poco más de un año llevo la vida más cómoda que se pueda imaginar, un lujo a mi alcance –otra obviedad subjetiva-; como cuando tengo hambre lo que más me apetece en ese momento, duermo cuando tengo sueño sin importarme la hora del reloj, si llueve salgo con paraguas y si hace sol me planto las gafas oscuras. He aprendido a decir “no” y llevo siempre en el bolsillo, bien a mano, mi tarjeta de libertad con muchísimos puntos acumulados, no tengo que vestirme ad hoc para nada o casi nada y me doy el gustazo de ponerme de punta en blanco para ir a comprar lechugas al mercado o me planto un chándal para hacerme doce kilómetros de tirón.

Sí, chándal, he dicho chándal. Unas buenas zapatillas andarinas, la mochilita con el kit de supervivencia (un libro, la crema para el sol, el paraguas plegable, una fruta, la botellita de agua, la pañoleta para sentarme en la hierba o la arena y la barra de labios). Ahora soy una mujer cómoda (que no comodona ni comedida), con casual wear , que dirían los angloparlantes, porque no me queda más remedio que ser coherente con mi nueva forma de vida y dejarme de tonterías del “qué pintas tienes…”.

Ahora resulta que la vida es como mi chándal nuevo: cómodo, flexible, lavable sin desteñir, no necesita plancha y me hace un tipo… ¡divino! Eso sí, sin tacones.

En fin.

LaAlquimista

Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


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