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Cecilia Casado

A partir de los 50

Libros que duelen. (15 cms. en el mapa)

            

Como me gusta leer mucho y los días solo tienen veinticuatro horas, acostumbro a elegir mis lecturas con cierto cuidado, no soy lectora compulsiva que devore páginas y páginas como si fuera un gargantúa de la literatura. Digamos que soy más bien gourmet que gourmande, que prefiero la calidad a la cantidad pues cuido mi mente más que a mi estómago. Por eso sé de antemano que algunas “viandas” me van a satisfacer sobre todo por ciertos efectos secundarios y acometo la lectura de algunos libros con la plena conciencia de que, leyéndolos, se me van a remover muchas cosas por dentro.

Tal es el caso de la trilogía africana de Henning Mankell compuesta por “El secreto del fuego”, “Jugar con fuego” y “La ira del fuego”. La protagonista, Sofía, es una niña mozambiqueña afectada por la maldad humana en todas sus formas. Una niña que, a lo largo de estos tres tremendos relatos, se convierte en nuestra propia hija, lacera el corazón de cualquier madre y va desgarrando página a página la vergüenza de pertenecer al género humano.

Si leer estas historias sumerge al lector en un estado de estupefacción ante la crueldad, ¿cuál no será el estado de ánimo del escritor al relatar la realidad de lo que conoce y ha visto personalmente? Porque aunque Mankell “novele” sus historias, vive en una realidad que le brinda ejemplos más que sobrados para inspirarse a la hora de escribir. Es por eso que su “serie africana” es menos difundida que su “serie sueca”, novela negra con protagonista humano (Kurt Wallander), es por eso que sus obras -las “negras” de verdad-no son apetecibles, porque remueven, incomodan, propician malos sueños a quienes no tienen conciencia laxa.

Mis hijas nunca han corrido el riesgo de pisar una mina (¿fabricada dónde?) cuando jugaban delante de casa, mis hijas no han tenido que andar cuatro kilómetros de ida y otros tantos de vuelta, descalzas, para poder ir a la escuela, mis hijas no duermen en el suelo, ni comen gachas de maíz mañana y noche, ni han conocido la violación, el abuso, la maternidad no deseada justo en la pubertad, el sida.

Mis hijas son tan reales como el personaje de Sofía y están libres de tantos males, ausentes a ese dolor, viviendo en un privilegio continuo de grifos que manan agua, armarios sin fondo llenos de comida, fortuna inmensa de la ausencia del dolor. Ellas no se conocen aunque vivan en la misma casa (la Tierra) y sueñen bajo el mismo techo (el cielo). Me estremece pensar que lo único que les separa son quince centímetros en el mapa… Que no se nos olvide.

En fin.

LaAlquimista

Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


octubre 2010
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