Si es que no puede ser, que esto no hay quien lo aguante, que te acuestas por la noche en un “ay”, temiendo a lo que pueda fraguarse mientras duermes y te despiertas con el corazón encogido, ya con la angustia agarrada a las legañas. Y sudando. Pero te queda la duda de si es porque ya han decidido encender la calefacción de cara a la temporada invernal y al cambio de hora que se avecina o porque tus hormonas están alborotadas sin remedio, que a estas alturas del calendario todo es posible.
Te levantas indecisa; en tu armario ya no queda ni el recuerdo del calor que te arropó durante varios meses, los tonos –grises, marrones y negros del vestuario, de la vida- te saludan con un gesto displicente, como diciendo: tú lo has querido. Justo la semana pasada retiraste parte de tu vida y la escondiste en el altillo, apaleando nostalgias y renunciando a la alegría de las camisetas de tiras. Ya el cuerpo ha embutido sus cuitas en el chaquetón acolchado, las botas han hollado varios kilómetros de asfalto y alguien te ha regalado la primera bufanda.
Esa melancolía pre-invernal que ha hecho que se sustituyan ensaladas por sopas espesas, el ritual de cambiar las sábanas frescas y blancas por edredones rellenos de sueños viejos y lo peor de todo: en el colmado de la esquina (qué bonita palabra!) y en el súper del barrio, una trinchera de mazapán, turrones y porquerías dulces llenas de grasa te recibe con su imán fatal. El calendario lo confirma, final de octubre, ecuador del otoño, no hay vuelta atrás.
El sueño agitado y sudoroso se desvela en toda su cruel realidad; no es que tus carnes clamen en el desierto, no, es que hace calor. Sí, calor. Y más que va a hacer todavía. Hoy nos achicharraremos al sol debajo de nuestras ropas de otoño, en nuestras camas de invierno, “un sí, pero no” que vuelve loco a cualquiera como presagio del viento desapacible de mañana y de la lluvia por venir.
Para que luego pidan equilibrio y coherencia. Ya está bien. A ver si te decides de una vez y me dices lo que quieres, que eres más variable que el tiempo.
En fin.
LaAlquimista