Dicen que los franceses son los chauvinistas por excelencia (seguidos de los de Bilbao) y el resto de ciudadanos del mundo nos hemos dedicado en algún momento a sacarles los defectos y meterles el dedo en el ojo por cualquiera de las peculiaridades de su singular idiosincrasia. Sin embargo, algunas de las ideas más inteligentes que conozco me las han dado mis amigos franceses –a los que quiero y respeto con todo mi corazón-.
Es práctica común en su país dar menos importancia a lo duradero y más al disfrute del presente sin consecuencias; de esa manera singular, no forma parte de la educación recibida apegarse a la vivienda (que casi nunca es en propiedad, no tienen esa neura nuestra de las hipotecas para comprar lo que no pueden pagar) y ponen su hogar en el platillo de la balanza para conseguir con él beneficios accesorios. Me explico: intercambian su vivienda durante el tiempo de vacaciones con otras personas de otros países en un contrato civilizado y altamente productivo.
La primera vez que mi amiga parisina –mujer actual, inteligente, profesional destacada- me comentó que dejaba durante un mes su precioso loft del XI ème a una familia de desconocidos canadienses quienes, a cambio y en las mismas fechas, ponían a su disposición una preciosa casa en Montreal, simplemente me horroricé.
¿Dejar mi casa, mi cama, mis sábanas, mi cuarto de baño, mi sofá, mi vajilla, MI todo…? Se me erizaban los vellos de sólo pensarlo. Sin embargo, ella primero y otros después, me hicieron ver el magnífico beneficio de realizar extraordinarias vacaciones sin tener que pagar el alojamiento, que es lo que verdaderamente encarece esos periplos.
Para explicar lo que yo consideraba una excentricidad,remarcaron la futilidad de la cultura nuestra (que conocen muy bien por haber vivido en España) de “poseer”. La limitación absurda que ponemos a nuestras vidas agarrándonos a unos bienes materiales que no deberían servir más que para proporcionarnos un disfrute pasajero –siempre pasajero-.
Desde entonces, pongo mi casa a su disposición para cualquier estancia vacacional que deseen realizar y, a cambio y además de la amistad, puedo alojarme con mi familia en Paris bajo su techo acogedor cuando me sea placentero o necesario. Es un “quid pro quo” inteligente que llevamos años llevando a la práctica.
Todavía no he sido capaz de anunciarme en una página web de intercambio de casas para vacaciones por todo el mundo, pero todo se andará. No creo que sea tan difícil encontrar a alguien de Nueva York o de Berlín o de San Francisco que quieran pasar un par de semanas en mi maravillosa ciudad. Todo es cuestión de ponerse a ello y de abrir la mente al desapego material y a creer firmemente que quien duerma en mi casa me va a ofrecer el mismo respeto que le llevaré yo a la suya cuando vaya.
!Cuánto por aprender…!
En fin.
LaAlquimista