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Cecilia Casado

A partir de los 50

El placer de viajar en tren

En estos tiempos de prisas y carreras contra el reloj es preciso apreciar todo aquello que ralentice el ritmo frenético del día a día, y apreciar el moroso placer de desplazarse en tren es algo digno de consideración. Sobre todo teniendo en cuenta que los trenes de alta velocidad ruedan por doquier yo ya no le veo la ventaja al avión en la distancia corta. Si de Irún a París el tren invierte 6 horas, no es menos el tiempo que roba el proceso completo de hacer el mismo trayecto en avión. Entre llegar al aeropuerto (1 hora larga), más el tiempo de espera para el embarque (2 horas), añadiendo el transfert del aeropuerto a la gran ciudad (1 hora larga entre recogida de maletas e histerias varias), tal parece que se esté yendo a la otra punta del mundo. Eso sin olvidar el estrés inherente a todo aeropuerto que se precie porque todavía no ha nacido quien disfrute con que le cacheen, le obliguen a medio desnudarse ni le quiten la botella de agua ni el frasco d’eau de parfum que las mujeres llevamos en el bolso.

Así pues, subo al tren diez minutos antes de la hora de salida, cargo el equipaje –sin límite de peso ni medidas- en lo alto del asiento con la seguridad de que estará conmigo cuando llegue a mi destino; me acomodo bien ancha –comprando el billete con la suficiente antelación la diferencia de precio entre primera clase y segunda es mínimo-, despliego mis enseres íntimos (libro, música) y apoyo la mirada en el infinito dispuesta a disfrutar de seis horas de tranquilidad.
Si una quiere distraerse basta con mirar por la ventanilla y sumergirse en el paisaje. Ensimismarse en vaciar de pensamientos la mente, dejándose llevar por la inercia tranquila de quien sabe que no debe esforzarse por adelantar a las agujas del reloj. Un tiempo calmo y gratificante.

Viajando fuera de fechas de escapada masiva, lo más frecuente es que se disponga de los dos asientos para una sola y entonces la comodidad se multiplica. Llegada la hora de comer nadie se extrañará de que saques tu almuerzo preferido –nada de bocadillos, una sustanciosa ensalada en uno de esos envases transparentes de usar y tirar- y que lo degustes sin prisas. Una cerveza hará que el placer sea digno. Y después, un café como está mandado en la cafetería. La siesta placentera, garantizada.

Para el imprescindible “estirar las piernas” basta con recorrer un par de vagones arriba y abajo con la mirada perdida y retomar tu plaza con las articulaciones sin crujidos. El libro, la guía, los últimos retoques a la agenda. Dejarse llevar, en un bendito aburrimiento de horas suaves, hasta la estación de destino y recobrar la sorpresa de redescubrir otra ciudad, otras gentes y transformarse por unos días en otra imagen luminosa de nosotros mismos. Y lo mejor de todo, llegar sin asomo de cansancio, con la fuerza y las ganas enteras para disfrutar de la vida –que sigue- lejos de casa.

En fin.

LaAlquimista

Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


noviembre 2010
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