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Cecilia Casado

A partir de los 50

Paris, c'est fini

   

Me remordía la conciencia de no haber intentado siquiera ver la gran exposición que sobre Monet se exhibe en el Grand Palais así que, como quien no quiere la cosa, me acerco a los Campos Elíseos con la ingenua presunción de hacer… no sé… un par de horas de cola, para lo que me había provisto de un libro y de kilo y medio de paciencia. Cuál no será mi sorpresa al comprobar que el tiempo previsto de espera era de ¡cuatro horas y media…! a pesar de lo cual un par de centenares de personas –muy serias todas ellas- enraízan las plantas de sus pies en la gravilla del parquecillo de entrada al recinto.

Provista siempre de un “plan B”, doy la vuelta al edificio hasta el Petit Palais para admirar su preciosa colección permanente (de acceso gratuito) y una exposición de fotografías de Pierre y Alexandra Boulat para Reporteros sin Fronteras. Un café detrás de las ventanas de su maravilloso patio-jardín interior me reconforta de todas mis penas.

Cruzo los Campos Elíseos transversalmente y le hago un pequeño guiño al Arco de Triunfo. Comprendo que los parisinos adoren esta avenida, receptáculo de fotos manidas y ausente de todo glamour, excepto que tal concepto lo provean los concesionarios de automóviles, los cines y las mismas o parecidas tiendas que en nuestro país, pero servidora no le encuentra la gracia, sinceramente. Tan sólo hay turistas arriesgando el tipo para hacerse fotos en mitad de la carretera con el Arco de fondo… y la mayor concentración de españoles de toda Francia por metro cuadrado. Anécdota: no hay ni una tiste papelera, así que huelga decir a donde va la basura de bolsillo. Eso sí, subiendo a mano derecha están los lavabos más bonitos y caros de Paris, de hecho he visto a más de una fotografiándolos. Así que tomo la Avenida de Marigny y me planto en la puerta del Palacio del Elíseo: no sé si Sarko anda por ahí, pero empiezan a salir coches con las lunas tintadas de su patio interior y no me han permitido ni detenerme en el escaparate de Prada que está justo al lado. Da igual, tampoco pensaba comprarme nada…

La Madelaine y la Place Vendôme son tan poco interesantes que las atravieso a paso ligero. No entiendo el interés de fotografiar la puerta del Hotel Ritz o los letreros de Bulgari y Dior. ¿Y hacerse una foto en la entrada del Maxim’s? En fin. Sin embargo, la rue Saint Honoré está repleta de vida bulliciosa, es un Paris auténtico también, con gente joven disfrazada de yuppies (ellas tailleur negro con zapatos de medio tacón, ellos traje negro con la corbata un poco desanudada). En el nº 6 de la Rue du Marché Saint Honoré conozco desde hace años un pequeño “Bar à huîtres”, fresco espacio donde por 12€ te sirven media docena de ostras de las mejores, una copa de Muscadet y el correspondiente pan de centeno con mantequilla salada. Me doy el pequeño capricho sin el menor remordimiento.

De repente, se hace el milagro. El Sol asoma por el Norte del Jardin de las Tuilleries y no puedo resistir la tentación de sentarme-tumbarme un rato en una de esas sillas con el respaldo revirado. El alivio dura aproximadamente veinte minutos, justo el tiempo de hacer la digestión de las ostras y de reconciliarme con el mundo.


Alcanzo los soportales de la Rue de Rivoli justo cuando comienza de nuevo a llover y mis ojos se detienen en unos pequeños cuadros naïves que una joven mujer expone. Me intereso por ellos, charlamos, regateo (como es de rigor) y consigo dos por un buen precio. Me gusta ayudar a los artistas que no tienen acceso al recorrido de alto standing del mundo del arte y de las galerías. Exponer en la calle (con su correspondiente permiso y previo pago de impuestos) no es plato de gusto para nadie y menos para Laura Petristche de la que, después de casi una hora de charla, me he hecho amiga. Nos intercambiamos tarjetas y seguiremos en contacto. En la calle, en cualquier esquina se puede encontrar a una persona excelente, así que reanudo mi camino más que contenta y feliz por dentro.


En la plaza del Ayuntamiento se lleva a cabo una manifestación para pedir los papeles para los sin-papeles. Inmigrantes de todas partes de Africa corean consignas ante la mirada aburrida de los policías apoyados en sus furgonetas. De momento todo está en calma. Cambio a la rive gauche de nuevo por el Pont Au Change y le hago un guiño a la Conciergèrie y atravieso l’Île de la Cité lo más rápido que me permiten mis ya cansadas piernas. Hay sitios que son feos incluso en Paris…

Me acerco hasta la iglesia de Saint Severin y descanso un buen rato en una terracita al lado de la Sorbonne. Pongo en orden mis papeles y los regalos que he comprado; las tonterías de siempre sin las cuales soy incapaz de regresar de un viaje. Escribo varias postales que sé que no voy a enviar, pero me hace ilusión sentirme, de repente, turista a tiempo parcial.

La tarde comienza a declinar y el bullicio se hace patente en el tren de vuelta a casa. Hoy es víspera de fiesta en Francia, la gente saldrá por la noche a cenar. También lo haré yo con los buenos amigos que me han alojado durante una semana completa, Hélène y Nigel. Un piccolo ristorante italiano llamado “Swan et Vincent” en Denfert Rocherau nos espera para completar el día. Sé que voy a acabar hecha polvo –hoy también- pero, ¡que me quiten lo bailao…!


En fin. Et Paris, c’est fini…

LaAlquimista.

Fotos: C.Casado

 

Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


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