Vaya por delante que Becki existe y además es mi amiga y yo de ella.
Bueno, pues resulta que esta mujer sorprendente y sorprendida por la vida en sus múltiples facetas, hace gala de tener una maleta roja llena de cosas maravillosas que alivian casi todos los males. Dicho así, se podría pensar que es visitadora de un laboratorio farmacéutico o que tiene el catálogo completo de estampas, escapularios y novenas varias (que siguen siendo efectivas, si no fijarse en las iglesias a la hora de la misa mayor).
Uno oye hablar de la maleta de Becki mucho antes de saber qué contiene, pero viéndole a ella, tan risueña o mejor dicho, sonriente, con un aire de chavalita que no ha roto nunca un plato, aunque con un destello malicioso detrás de las gafas si se fija uno bien, se imagina que sea lo que sea que haya en la maleta roja que le acompaña tiene que ser algo buenísimo para la salud del cuerpo y del alma. Porque ella pasa por la vida repartiendo alegría y nadie que la conozca torcerá el gesto ni por un instante.
Un día de mi cumpleaños, hace ya casi dos años, no sé si como regalo o porque era septiembre y la luz del Mediterráneo nos inspiró a ambas, levantó una esquina del velo que cubría su maletita y ya nada volvió a ser como era. Antes del momento mágico me dio una pequeña lección de filosofía sobre lo efímera que es la vida y lo intensas que podemos hacer las penas si nos empeñamos, sobre lo efímero del momento feliz y el ancho mar en que se bañan nuestras tristezas y así, todo esto mientras se tomaba una caña a mi salud y se fumaba un cigarrito.
Luego me enseñó el patito vestido de pirata que nada contigo en la bañera y busca secretas cuevas submarinas, el huevo vibrador de color rosa –con control remoto- para que las altas (y bajas) ejecutivas soporten soporíferas reuniones con cara de ángel, el corazón con cristales calentitos en su interior para reconfortar cualquier pena física, la brocha de maquillaje que lleva escondida una pila y se pone a vibrar como loca –para hacer divertido eso de “voy a empolvarme la nariz” y, en fin, en este punto servidora ya se había desencajado la mandíbula dos veces y bizqueado a muchas revoluciones por minuto.
Ella, mi amiga Becki, muy seria y digna en su papel (que nadie le quite su dignidad que se las verá conmigo) me dijo: “Alqui, elige, que es tu cumpleaños” y yo… le miré, me miró, nos miramos… y desde entonces que somos muchísimo más amigas.
Nada, que me apetecía hablar de la maleta de mi amiga Becki.
En fin.
LaAlquimista