A lo largo de nuestra existencia hemos ido dejando caer a las personas amigas como si fueran cáscaras de un fruto que ya hemos degustado. Inevitables y hasta penosas circunstancias nos han puesto en el brete de elegir y hemos elegido. A veces por pura supervivencia, otras por egoísmo puro y duro. ¿Dónde fueron a parar todos aquellos a los que conocimos, con los que intimamos o compartimos experiencias, un viaje, una noche, parte del camino?

Los compañeros de colegio, aquella primera amiga íntima del alma con la cruzábamos juramentos de fidelidad eterna, y la segunda mejor amiga y todas las demás… El amor adolescente, el amor juvenil, los amigos “blancos”, los amores de verano, los amantes de una noche (o pocas más)… Las confidencias en un vagón en penumbra con una desconocida, el miedo compartido en una habitación de hospital, la intensa atracción efímera en un avión, en una boda, en un curso de literatura o de cocina. El compañero de la academia de baile, el profesor del gimnasio, las amigas de tomar café de antaño…

Cientos de personas han rozado nuestra vida perpendicularmente y no las hemos olvidado, porque la memoria está activa y sana; es tan sólo que no pensamos en ellas habitualmente. Las quisimos o nos quisieron y luego, simplemente, desaparecieron.

¿Desaparecieron realmente? No por cierto. Existe ahora a nuestra disposición una varita mágica de fácil acceso llamada “Google”. Con un pequeño toque se puede viajar en el tiempo, aunque únicamente hacia atrás y no sin correr el gran riesgo de la decepción, el sobresalto y la sorpresa desagradable.

Así han vuelto a aparecer en mi ordenador aquel viejo amante olvidado y enterrado, el amigo al que repudié y que padece amnesia, la gente que no me supo querer y que ahora me saludan como si ningún dolor nos hubiera afligido y, para compensar porque el Universo hace de vez en cuando un pequeño regalo, la amiga que se fue a vivir lejos y que siente que ha llegado el momento de volverme a querer. Bendita tecnología.

En fin.

LaAlquimista