Esté donde esté, si tengo un ordenador a mano, lo primero que hago nada más levantarme es conectarme a la vida mediante una buena taza de té y al mundo a través de Internet. Y, cosas mías, pequeñas manías del corazón, empiezo a mirar la prensa por el periódico de mi ciudad (que ya sabe todo el mundo cuál es). Así que esta mañana, a eso de las siete y media, después de una noche corta porque el día domingo de ayer fue intenso y jaleoso para la bueno, busco con fruición las noticias de la manifestación reivindicativa y pacífica que ayer sacudió a España. Quiero saber qué ha ocurrido en mi adorada Donostia y –de momento- no veo ni foto ni crónica. De Bilbao encuentro muchas fotos y crónicas (allí está mi hija mayor, dando el callo, sintiendo en el alma que está aportando su granito de arena –una consigna preciosa: “Estamos cambiando el mundo, perdonen las molestias”), de Madrid y Barcelona se habla por doquier, pero no encuentro lo que busco.
Como es demasiado pronto para empezar a llamar a mis amigos, tengo que suponer que los plumillas no madrugan. O que no hubo nada, que la gente se pasó el día en la playa y luego la tarde tomando helados o cañas. No sé. Me queda alguna esperanza de que este lunes sea resacoso de emoción, de ganas, de fuerza todavía para luchar. Contra lo que sea, pero luchar.
La ciudad más cercana que tuve ayer, 19-J al alcance de mi mano habla en catalán, pero siente en el mismo idioma que los vascos o el resto de España. Éramos muchos miles, muchos, y la tarde fue una fiesta. Una fiesta de brazos levantados, canciones alusivas y ganas de participar en este cambio de la sociedad de valores (de los que no cotizan en bolsa) que acaba de empezar. Allí estaba mi hija menor, aportando su granito de arena, de mi mano y de la de los buenos amigos que tenemos por estas tierras. Al lado, alrededor, padres jóvenes con sus hijos, matrimonios mayores emocionados, cuadrillas de chicos y chicas coreando consignas –por cierto, casi todas ellas en puro idioma español- y gente normal, como tú y como yo, vestidos de domingo –como corresponde a una ciudad de provincias de gente conservadora pero trabajadora y un poco aburguesada-, algunos con rastas pero de las de peluquería a 60€ cada una y… ni un solo perro, de verdad y las flautas debieron quedarse en el saco del malvado que inventó el término.
Al que no le guste lo que se está cociendo que piense que, cuando llegue la hora de recoger la cosecha, él también se beneficiará de los logros obtenidos. Y ya veremos entonces con qué boquita pequeña vuelve a burlarse de la gente que lucha por un mundo humanista, con más valores y menos “intereses”. Y “perroflauta” tu prima. Por si acaso.
En fin.
LaAlquimista