Ayer tenía el día juguetón –que ya no está la vida para andar de seria por ella- y le propuse a mi hija que jugáramos a turistas. Es un viejo juego de los tiempos infantiles –los suyos- en que nos “disfrazábamos” de lo antedicho y nos lanzábamos a la ciudad absolutamente embebidas en el rol (ella por lo menos). El atrezzo es barato, que no sencillo, y dejado a la libre imaginación de mi niña que siempre ha sido una artista. Una vez caracterizadas ad hoc –chanclas, pantalón corto, chubasquero y gafas de sol (la mochila es opcional), hay que ir a la oficina de turismo más cercana al domicilio de una –es decir, a la única que hay en toda la ciudad-, pedir un mapa e información de qué se puede ver o hacer. (Aquí hay un paréntesis para recalcar que nunca les hemos hecho perder el tiempo a los trabajadores del gremio; tan sólo el mapa y el librillo informativo y ya nos apañamos).
Después ya solo hace falta una esquina bien situada, desplegar el mapa y esperar a que alguien te ofrezca ayuda. Al cabo de un cuarto de hora, mejor optar por preguntar, -tan sólo se nos acercaron unos italianos que querían ligar –con mi hija, claro- porque si no te dan las uvas en este juego y se torna aburrido. Pero no hay que preguntar a cualquiera, no, hay que hacerlo a quien sabes te va a responder con gusto y paciencia, por ejemplo: ancianitas. Y digo “itas” y no digo “itos” porque en esto de explicar direcciones los hombres suelen encogerse de hombros y murmurar algo así como “yo solo he salido a comprar el pan y mi mujer es la que manda”. Y si estás, un suponer, cerca de la Concha, pues preguntar por la Zurriola; si estás en lo Viejo, preguntar por la estación de autobuses (caso de que hubiera o hubiese). El caso es darle al informante (o informanta) la posibilidad de ser muy, pero que muy amable.
Luego vas a tomarte un mosto y una croqueta a la parte vieja y te dan un plato. Y tú lo coges y te lo guardas en el bolso. Y cuando te empiezan a pegar gritos, tú les respondes en el mismo tono –y en Euskera- que a ver qué te has creído tú, so gaznápiro, que justo entro en el bar y sin darme tiempo a pedir me plantas la vajilla en la mano… (Todo esto sin cabrearte ni nada, más bien enseñándole a tu hija –es un decir- cómo evoluciona (y hacia dónde) el género humano)
Después sacas la cámara de fotos y te vas a la puerta del Ayuntamiento y te quedas en posición paparazzo hasta que viene un “munipa” y te dice que qué haces y tú le dices que esperar a que salga alguien famoso y cuando empiezan con eso de aquí no se puede estar, tú le dices que sí, que sí que se puede estar, que para eso pagas tus impuestos y la recogida de basuras por trimestre y cuando ya la risa se te escapa por las orejas pues te vas con viento fresco y un agurbenhur que les llega al alma.
También hay la variante de sentarse en una terracita cualquiera y pedir la hoja de reclamaciones a la vista del atraco que suponen 4€ por dos botellines de agua –pequeñísimos, ya es que los hacen de sorbo- y el camarero te dice que el encargado no está y que él no sabe no contesta porque es un erasmus de Valparaíso que está haciendo tercero de bioquímicas.
Después pillamos el 28 –que es el nuestro- y le preguntamos al conductor si pasa por Ondarreta y él nos dice que sí, que la última parada, -supongo que porque rima con Anoeta, no le presupongo mala intención- y nos sentamos al fondo con cara de brujas satisfechas.
Mañana más y mejor. Que yo también tengo derecho a disfrutar de ser turista en mi propia ciudad, faltaría plus.
En fin.
LaAlquimista