En esta sociedad en que vivimos todo está medido con el peso de la cocina: que si un litro y medio de agua al día, que si 1.600 calorías si eres mujer y dos mil y pico si eres hombre –cuéntalo en el Cuerno de Africa-, que si un plátano diario o caminar durante media hora. Pues puestos a pedir yo añadiría los famosos doce abrazos diarios. Sí, doce. Que se dice pronto.
He leído en algún lado que 4 abrazos al día son necesarios para sobrevivir, 8 para mantenerse y 12 para crecer como persona. Más de uno y más de una se conformarían con los 4 primeros… pero… ¿de dónde podemos sacarlos? Parece una pregunta de tontos, pero ya me gustaría a mí conocer todas las respuestas. ¿Y cómo lo hace la persona que vive sola? ¿Cuentan los animales de compañía o los de peluche?
Yo soy bien capaz de llamar a una amiga o amigo y decirle: “oye, que me apetece quedar para darte media docena de abrazos” pero lo que ya no tengo tan seguro es cómo reaccionarían. -“¿Abrazos? ¿y dónde? A mí no me montes numeritos… vaaale, ¿en tu casa o en la mía?” (Qué situación más angustiosamente cómica). Eso sin contar con la persona que vive en pareja o en familia y donde darse un beso es gesto mecánico y un abrazo ni figura en el catálogo.
Abrazar es entregarse, vulnerabilizarse entero, acoger y ser acogido, darse y recibir, cerrar los ojos y abrir el corazón, decir “aquí estoy para lo que haga falta”. Y la energía. La energía que se transmite, que pasa de un ser al otro con tanta fuerza que puede ser suficiente como para alegrarnos el día, consolar una pena, hacer olvidar el dolor. Amen de la confianza compartida que es otro lujo al alcance de todos.
Cada abrazo tiene su propio discurso, sus únicas y valiosas palabras –incluso en el silencio se escuchan-; cada abrazo dice mil cosas que deben ser dichas, un calor ya olvidado vuelve a quemar, la ilusión renace donde había cenizas y acaso retorne el ímpetu para dar cualquier salto imprevisto.
Pero echo las cuentas y no me salen: entre mis hijas –a las que abrazo hasta que me llaman pesada, plasta, mosca cojonera-, mis amigas y amigos que poco a poco van aceptando que les rodee con mis brazos cuando quiero expresarles mi alegría por estar con ellos, mi contento por poder disfrutar de su amistad, no llego ni de coña a los doce diarios. Así que hago trampa: cuando puedo, cuando me dejan, cuando me quieren, me pego una ración extraordinaria, una sobredosis indecente de abrazos… y guardo para cuando no haya.
En fin. Un abrazo.
LaAlquimista