Como no sé de qué hablar con él me limito a observarle. La mayor parte del tiempo lo pasa sin decir nada, con la mirada perdida sin que deje adivinar si algún pensamiento lo atraviesa, o dormitando, como si tuviera sueño atrasado de otra vida. Su pasatiempo preferido hasta el momento es estar cerca de mí; no importa que mi atención no le roce tan siquiera, él acorta la distancia y espera a que yo le mire. Sería el típico amante aburridamente adorador.
Las horas del día se le hacen cortas y largas las de la noche, pues es cuando la luz se va apagando cuando sus ganas se van encendiendo. Es entonces cuando quiere jugar a sus juegos imposibles, difíciles de compartir, sin normas ni reglas e incomprensibles. Llegar hasta el fondo del pasillo y dar la vuelta hasta mi falda, volver una y otra vez al encuentro del cansancio sin sentido. Sería el típico amante aburridamente infatigable.
Le gusta verme leer pero no le he detectado el menor interés por que le comparta lo leído; se acerca si suena mi música favorita mas también lo hace cuando lo que suena es el teléfono y en ninguno de los dos casos sigue el ritmo. Se retira a sus aposentos si siente que ha perdido la partida de antemano. Es dócil, servicial e ingenuo. No hay típico amante que se le pueda igualar.
Pero él no sabe todavía que es un perro; ha vivido el primer tercio de su existencia entre humanos, tratado como un cachorro humano y consentido y malcriado. Entre mimos y ausencia de disciplina se había convertido en un pequeño tirano que se creía con derecho a todo. Y ahora que se ha topado conmigo en su camino está totalmente desubicado. Como un amante egoísta que tropieza con la horma de su zapato.
El parque es una jungla donde numerosos seres de cuatro patas -¿se dará cuenta de que tienen todos el mismo origen lobuno?- se acercan a jugar y provocan su miedo y su rechazo. El mundo tiene ahora aire, calor, lluvia, viento. Y piernas amenazantes, monstruos de cuatro ruedas en vez de patas que jadean, ladran y muerden si se descuida. La comida no llueve del cielo como estaba acostumbrado, sino que es justa, escueta y aburrida y tiene que aprender a comer hierba para limpiarse por dentro de tanto jamón york y queso burgos como ha ingerido. Se acabaron las pizquitas de chocolate y pastas, de galletas y bizcochos; las migas con leche y la tostada con mermelada dejada a trocitos negligentes a su paso.
Tiene que aprender que es un perro y su vida va a ser una vida de perro. Y cuando lo haya aprendido, probablemente, llegará a su fin y se morirá. Sin haber dicho nada ni haber mordido la mano que le ha dado de comer. Como tantos amantes que viven la vida ajena en vez de la propia, vestidos de amores que nacen y mueren sin haber encontrado ni un poco de felicidad.
En fin.
LaAlquimista