Mi mejor amigo no es el perro; ni siquiera un hombre. Mi mejor amigo es un libro; pero no un libro determinado, -soy amplia de miras y abierta de mente- sino cualquiera que sea capaz de atraer mi atención por más de media hora seguida.
Desde que no cumplo con horarios laborales las vacaciones no tienen sentido para mí; por lo menos las mías, aunque ya voy tomando nota de las de los demás para acoplar mi camino al suyo y no quedarme descolgada del mínimo gregarismo necesario para no sentirme bicho raro. Es decir, que para mí el tiempo libre, los días de ocio, los son todos, -menos cuando me toca hacer limpieza y vaciar armarios.
En verano se me cierran puertas que durante el curso quedan abiertas e invitadoras: la fundación en la que colaboro está cerrada por vacaciones, los de los gaztelekus donde paso algunas horas no saben, no contestan, hasta el Banco del Tiempo al que regalo parte de mi tiempo se desinteresa por estas fechas. Tan sólo este blog mío y de mis entretelas sigue teniendo lectores con los que compartir mis ocasionales murrias.
Por eso leo con fruición mientras los demás se queman al sol, -ya que yo ya gasté mi cupo- y dedico horas y horas –perdida en un monte, con mi libro y mi silla a cuestas- (ahora con Elur a mis pies) a viajar sin pasaporte, a amar en la piel de otros, a soñar con la fuerza de quien no se fatiga con fruslerías laborales…
Unos ocho libros por mes, unas ocho horas por día, (para no perder la costumbre de tantos años trabajando) ora novela negra, ora biografías, algo de psicología y cuarto y mitad acerca de viajes imposibles al alma humana. Y cuando llega la fiesta y la marabunta humana me acecha e intenta devorarme, huyo a esconderme dentro de las páginas de mi libro, el que sea, el que nunca dice no, el que siempre contesta y está disponible, a cualquier hora del día o de la noche… mi mejor amigo.
Ya vendrán tiempos peores…
(Degustando “Comer y beber a mi manera” de Manuel Vicent)
En fin.
Laalquimista