Cuando éramos pequeños siempre había la típica tía o madrina que repetía hasta el aburrimiento: “esta niña vale para dibujar” o “lleva el baile en la sangre” y tú te angustiabas porque no querías ser diferente de los demás niños sino que te dejaran jugar en paz con tus lápices o pegar brincos al son de la radio. Pero ahí estaba –casi con seguridad- el don que nos hacía únicos y que ahora nos otorga la íntima satisfacción de tener algo “especial” a la espera de darle alas y desarrollarlo en libertad.
En mi caso, los tenía todos (los dones). Como me gustaba estar sola en un cuarto hablando sin parar, inventando personajes y disfrazándome con los pingos que encontraba, pensaron que iba a ser actriz de teatro. Pero como también tenía una habilidad especial para subirme a los árboles, dar volteretas y saltos imposibles también creyeron que sería deportista (de elite) o trabajaría en un circo (importante). Luego estaban los libros, que me fascinaban y desarrollaron mi imaginación más allá de lo aceptable en una familia al uso como la mía, pero nadie supuso que me podía gustar escribir. Ni siquiera cuando le pedía a mi padre que me dejara utilizar su magnífica Underwood –aprendí mecanografía con un método del año 53, tecleando en casa como una posesa, a la edad en que mis amigas sólo pensaban en si fulanito les había mirado o les había dejado de mirar.
Todos tenemos un don; o dos. Lo importante es descubrirlo, diferenciarlo de las cosas que, simplemente, “nos gusta hacer”. Y es importante, y mucho, porque cuando llegue el momento de pasar al otro lado del muro laboral y descubrir la vasta planicie donde sólo crece el “dolce far niente”, más vale poder echar mano de gustos, aficiones y hobbies varios si no queremos ir a parar directamente al barranco de la angustia vital y la depresión.
Todo esto lo comentaba ayer con un amigo al que “siempre le gustó pintar” y que ahora, superviviente de la tormenta laboral, disfruta desarrollando ese don con el que ha sido bendecido. Sus cuadros hablan por sí solos desde las paredes del Espacio de Arte del “Marugame Café Bar” en el Barrio de Berio en Donostia.
A mí me ha dado por esto del blog; una querida amiga se embelesa con la fotografía, otra se ha dedicado a la repostería fina; está quien navega en su velero cuarenta horas a la semana, y la periodista que escribe biografías a cuenta del “biografiado” sin tener que fichar en el periódico que la empleaba. Y el que escribe poesía, pinta acuarelas, construye maquetas, cuida de sus nietos, cultiva rosales o pimientos, canta en un coro, practica Tai Chi o da conferencias.
Que no nos dé reparo sacar de la trastienda ese “don” que sabemos que tenemos; quizás sea lo que nos salve la vida cuando no tengamos otras obligaciones que cumplir y la vida amenace con volverse una cosa sin sentido.
En fin.
LaAlquimista
“El retiro del pintor” de Francisco Pérez Ruiz-Poveda. Espacio de Arte “Marugame”.