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Cecilia Casado

A partir de los 50

Un paseo al volante de un coche rojo

Me saqué el carné de conducir justo a la semana de cumplir los dieciocho –allá por el cretácico tardío-, cuando decían que se les llevaba cajas de puros a los examinadores (otra leyenda urbana) y había que hacer carretera, ciudad, maniobras y aparcamiento. Con un SEAT 600 que era dificilísimo de manejar gracias a su dirección asistida por motor de alubias y una de las primeras minifaldas del barrio, superé todas las pruebas en la misma mañana.

El primer coche que tuve fue un Mini 1.000 que me vendió un colega que lo usaba para hacer el fitipaldi en Jaizkibel y aledaños; vamos, que tenía el motor trucado, dos tubos de escape y la palanca de cambios recortada. Aprendí a recortar curvas, hacer trompos, no frenar y derrapar acelerando de la mano de mi amigo/instructor Daniel Ropero. ¡Qué tiempos! Pero le cogí el gusto a eso de conducir y nunca me ha supuesto un esfuerzo hacer mil kilómetros seguidos.

Es el coche mi medio de transporte favorito por la libertad que me brinda ser mi propia choferesa y no tener que pedirle a nadie que pare un rato por favor para deleitarme con el paisaje o porque me apetece tomarme una tapa de chorizo con una caña en ese bareto que saluda en la plaza de un pueblo. Amaba conducir por carreteras generales, sin la seguridad aburridísima de las autopistas, y el viaje era una pequeña odisea de consultar mapas, parar a comer y a estirar las piernas, comprar fruta en el arcén, sacar fotos al maravilloso paisaje que siempre te acompañaba…a espaldas de la prisa.

Recuerdo los tiempos heróicos –el héroe era mi padre- cuando para ir de Donostia a Cercedilla, hacíamos noche en Burgos, a bordo de un SEAT 1.500 –negro y familiar- donde íbamos seis y el equipaje en la baca. El asiento delantero era corrido y yo tenía el privilegio de ocuparlo, entre mi padre y mi madre y, sin cinturones y forrados a Biodramina, salíamos a media mañana para comer a la altura de Vitoria después de vomitar en Echegárate; el descanso del guerrero/conductor incluía siesta en alguna alameda junto a un río, para llegar a media tarde a tierras de Castilla donde nos esperaban el papamoscas y los hermanos de mi padre. Al día siguiente, la segunda etapa, con parada gastronómica en Aranda de Duero para luego encarar Guadarrama al caer la tarde y pasar Camorritos oliendo a dehesa y a pino seco: el olor de las vacaciones. No es que mi padre condujera mal –que también- sino que entonces lo normal era marearse en los viajes, fueran en coche o en autobús, supongo que era cosa de la mala amortiguación y la dirección acalambrada de tanque reconvertido y la falta de costumbre de viajar.

-“Papá –incordiaba yo- ¿cuándo me enseñarás a conducir?
– “Cuando te lleguen los pies a los pedales… y las manos a la palanca”
(que estaba situada a la derecha del volante)
Mi padre siempre contaba que aprendió a conducir durante la guerra, llevando camiones de dos ejes de un lado a otro y condujo todos sus coches posteriores de la misma manera: a la brava y sin usar los retrovisores (ya que los camiones militares no los tenían en aquella época)

Dentro de unas horas salgo de viaje y quiero disfrutarlo. No son más que quinientos kilómetros, y espero encontrarme con no demasiados camiones y disfrutar del paisaje de Navarra, el desierto de Los Monegros, la vega fértil de Fraga, pasando bajo el arco del meridiano de Greenwich, y atravesar la Conca de Barberá a la altura de Montblanc y su recinto amurallado, para acercarme hasta mi otro mar lleno de luz que me espera para compartir su silencio del amanecer y su calor de antes de dormir.

Igual me quedo callada los primeros días; me gusta tomar conciencia del entorno, demorarme en un buen paseo –ahora con una compañía inusitada- sentir el calor que no me molesta y dedicarme a escuchar la voz que me habla desde dentro.

Ya iré contando…

Abrazos.

LaAlquimista

http://www.youtube.com/watch?v=jz18Wly0w6s

(Una canción para el viaje)

 

Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


agosto 2011
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