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Cecilia Casado

A partir de los 50

Una manera como otra cualquiera de empezar el día

Puede que en el transcurso de toda su existencia el hombre no llegue a atisbar la belleza en estado puro más que unos instantes fugaces; y eso aún es cuestión de suerte, del don de la oportunidad, como aquel lejano atardecer a orillas de un inusitado mar ardiente por el ardor del verano en que vislumbré, sin quererlo le rayon vert. O aquel mediodía de otoño en que me sumergí en las aguas heladas de un lago de alta montaña sintiendo que moría y volvía a nacer en un único bautismo.

La poesía que emana de la naturaleza cuando todavía está intocada, virgen del diario y cotidiano hollar de humanos depredadores, en el instante en que es demasiado temprano o demasiado tarde, ese espacio virgen e intocable en el que la mar está ausente de invasiones o un pinar frondoso descuelga sus piñones dulcemente al anochecer, entre cantos de pájaros que se aprestan a dormir, sin saber nada, sin conocer lo que será el día siguiente ni esperarlo tan siquiera.

El ser humano es gregario, predecible y se mueve por el llamado “efecto lapa”; allá donde hay un grupo se arremolinan los demás en un reclamo silencioso, pero efectivo y contundente.

La playa de las siete y media de la mañana de un delicioso día de finales de verano me pertenece por completo. No acierto a comprender cómo soy la única en disfrutar del placer de pisar las huellas de las gaviotas, que a nadie más que a mí le atraiga la belleza inefable de los primeros rayos de sol sobre las aguas, milagro magnífico y no por cotidiano menos imponente.

En silencio interior recorro un par de kilómetros pisando la espuma que barre la arena, atenta a los olores de la brisa, despreocupada de todo aquello que no sea mis sentidos, la imagen que me devuelve la superficie aquietada del agua, alerta al olor de algunas algas que llegaron con la última marea, picándome los ojos con la sal líquida en mi baño matutino, y el gusto de frotarme la piel, reavivándola una vez más como si fuesen caricias que preciso y escuchando tan sólo lo que necesito escuchar: los latidos de mi corazón al ritmo de la rompiente.

Dura una hora y media; luego, rompo el encanto con el olor a café y el baile de la cucharilla en la taza. Una rebanada de pan tostado con su aceite vivificador y ya estoy lista para la vida, ahora que comienzan el ruido, el tráfago, las persianas trepidando y los perros ladrando a sus dueños en un intento vano de aprehender lo que queda de la mañana límpida y clara que me he bebido toda yo.

Entonces, vuelvo a dormir para perderme el bullicio del mundo y seguir soñando un rato más… Y esto sí que puede ser hedonismo.

En fin.

LaAlquimista

Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


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