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Cecilia Casado

A partir de los 50

¿Quién soy yo para juzgar?

       

Estos días mediterráneos en que dedico mis horas a absorber luz, calor y todo lo que me rodea, la observación del paisaje y del paisanaje me da para reflexiones largas y variopintas. Algunas las cuento y otras me las callo, pero la de hoy tiene miga.

Últimamente la zona de la Costa Daurada donde recalo desde hace más de veinte años está potenciando el turismo ruso y balcánico; no sé cómo lo hacen para poder aquilatar la oferta hotelera al nivel de vida de aquellos países, pero ya empiezan a proliferar periodiquitos en cirílico y los menús de los chiringuitos, al lado de peixets i musclos, sitúan su –supongo- equivalente en la lengua de Tolstoi.

Así que están por todas partes, incluso en la zona de playa –alejada de hoteles- donde recalo. Y siguiendo con la ley del “efecto-lapa” hoy me han tocado de vecinos (a pesar de haber cientos de metros de playa libre a mi izquierda y a mi derecha; han debido de pensar que era mejor ponerse al lado de alguien que no aislados en mitad de la arena), un hombre de casi cincuenta años con una chica joven –no más de veinte- y dos niños de un y pico y cuatro años más o menos. Al principio he pensado que eran los tres hijos del hombre rubio y con barrigón de decalitros de cerveza, vodka o lo que beban ahí arriba con la crisis que –también a ellos- les ocupa. No es que yo sea la reina de las cotillas –porque no lo soy- pero es que al instalar sus sillas me han salpicado de arena así que… me he dedicado a observar a la espera de que apareciera la esposa/mamoskha pertinente.

La chavalita joven cuidaba de los bebés adecuadamente mientras el hombre se repantigaba en la silla exponiendo su piel blanca al sol asesino sin más protección que una gorra de béisbol con caracteres cirílicos. El niño mayor iba y venía de la orilla a la sombrilla y de la sombrilla a la orilla profiriendo alaridos –sí, alaridos- de alegría, como si nunca hubiera visto el mar; se acercaba de puntillas y cuando llegaba la olita espumosa, saltaba sobre ella como un canguro loco y decía algo así como “mam, mam”… que debe ser mamá en ruso, abalanzándose contento a los brazos de la “lolita”.

Entonces me he puesto a observar con otros ojos… efectivamente, la chica joven –guapa y delgadita, en contraste con el padre/marido- se ocupaba de mantener en orden el campamento y de que sus tres hombres estuvieran felices y contentos.

La diferencia de edad no era menor de 20 ó 25 años, y yo he pensado que o nuestros hijos procrean demasiado tarde y vamos a quedarnos sin herederos de aquí a un par de centurias o ya no es únicamente en el mundo hebreo, musulmán, asiático, africano y/o en vías de desarrollo donde se casa a las chicas justo cuando se pintan los labios por primera vez y que , a ese ritmo, a mi edad serán bisabuelas…

No sé ni para qué me paro a pensar en estas cosas…

En fin.

LaAlquimista

Foto: Lina Medina, (Perú, 1933) con su padre y su hijo (en el cochecito). La madre reconocida más joven del mundo, a los seis años de edad.

 

Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


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